lunes, 31 de mayo de 2010

Los animales del corazón que aún nos avisan.


He intentado una y otra vez recordar quién y cómo me presentó a Juan Carlos Valls y por alguna extraña sinrazón del tiempo transcurrido, quizás más de veinte años, tengo la nitidez de ese encuentro, los rostros, la comida en su casa, la lectura de sus textos, aquellos del libro Los animales del corazón. Pero no recuerdo otros detalles, otros nombres que no sean los títulos de sus textos. Desde entonces supe que este poeta de la intimidad, uno de los mejores en su generación que pudo trascender en esa catarsis donde lo intimo, lo bello y lo que denunciaba una vida existencial profunda, quien enarbolaba la angustia como si pudiera descifrar en nuestras vidas, nos decía sin laberintos de palabras ni otras pérdidas las verdades que el miedo, el silencio, o simplemente esa falta de luz, para encontrar un ritmo, una musicalidad y una forma de filosofar que no se quedara como tarea de Dioses, que no extrapolara tendenciosamente nuestras vidas como un invento de la miseria, él –a diferencia nuestra– tenía logrado la forma de decir en una escena que siempre nos incluía y siempre nos inspiraba y aún lo hace.
El poeta ante un cuadro de Eduardo Sarmiento
Sentí desde aquel encuentro ese flash con el que nos retrataba, se devolvía en el suyo, sin que por ello fuera una trampa, un espejismo o mal manejo en la carencia de la cosas de aquellos días difíciles, el transgredir esos códigos permisibles de una cerrazón que nos asfixiaba como la maldición hasta del agua, que por todas partes había violentado las puertas de la casa, las estaciones de la intimidad, y que era en esa otra dimensión de la ficción o la realidad, también nuestra. Él supo apropiárselas, -realidad y ficción-, y mucho coraje para asomarse al abismo, con suerte no como un suicida sino con sabiduría de quién puede cantar con una voz propia, adelantarse con una limpieza de contención de palabras, con el empuje de un joven vigoroso que lanzaba sin temor todas sus flechas al blanco, que nos colocaba con ajustes, como unas manecillas de un reloj, o como dejar caer la arena de nuestros cuerpos, en ese polvo adonde finalmente se regresa, incluso quienes no hayan podido viajar más allá de las sombras de su existencia.
Muchas veces como el poeta, he bebido en los cuerpos desconocidos y he vuelto a ese recuerdo como el asesino al lugar del crimen, pero Valls lo hace como un don casi divino, un prodigio que cuenta esas historias para bien o para disentir. Y lo hace con el gusto exquisito de un poeta que sabe de cicatrices, intemperies y desamparos. Juan Carlos Valls, de quien puedo decir lo conozco desde su poesía y también por esa desgarradora confección de perdidas y ganancias, ausencias, olvidos, o tal vez al paso de un tiempo que el se resiste a verlo perecer, Valls es su propia entrega, su amor propio en transparencia; y nos damos cuenta que no es una entrega fácil o difícil, pero es su entrega sin prejuicios ni moralismos, porque esos animales del corazón siempre lo acompañarán –y solo Dios puede saber cuánto le cuesta–; o mejor, por qué a veces, él es el otro que escucha, que padece, que entiende lo que no siempre entienden con esas cicatrices que nos develan, al ser humano sensible y sublime que quizás juega a ser fantasma, sombra o silueta que merodea en nuestras vidas, pero que es también en su ascendencia un aprendizaje desde donde nos trasmite, locuaz, fluido, y por qué no, concentrado en esas partes que se abren de par en par hasta donde asoma su esencia, esta insustituible razón de quién sabe contar lo que quizás padecemos, y en esa madurez nos dice:

Cuando se tense todo
Cuando esté listo para empezar el camino del hombre
Que enmudeció con el tajo sangrante
De un viaje sin horarios
Querré decir cómo es la libertad por dentro
Cómo son los anillos
Los parques
La soledad del fauno.
Será como aprender a enlazar las palabras
Y los sonidos íntimos
Será entrar en el miedo de mí
Con una enorme pata de cabra
Y con la mano aún temblorosa
Incendiaré el agua mansa
Que sin pudrir
Hace los días largos
Y las noches abiertas al amor.




Juan Carlos Recio
NY / Mayo del 2010.

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EL JOVEN Y LA ROSA


el hombre joven busca la carne que encontrara
apetecible y dulce en su antigua maestra.
busca en libros y en sueños la mariposa diestra
en volar los antojos que otro joven notara

al estrechar su mano tras un corto saludo.
sabe que no está hecho sino para manzanas
y encierra su deseo en verdades humanas
que al parecer su cuerpo de animal nunca pudo

interpretar a solas. tiene un vasto camino
entre sus claridades y una inmensa turbina
impulsa los designios que arman su destino.

como una lucidez dibujándose airosa
se abre paso en su noche la oscuridad divina
que le corrompe el sueño y le inventa una rosa.


LA ETERNIDAD



como un sueño que pasa pasa un hombre.
como una luz su lluvia y su tristeza.
como una rumba ciega en su cabeza
sin una sinfonía que le nombre.

asi busca el morir. asi se inventa
una constelación. asi respira.
asi niega una décima guajira
y esculpe un nombre inglés en su osamenta.

quiere volar pero le falta un cielo
inédito y azul. tiene el anhelo
de conocer a Dios y ser divino

pero apenas consigue una escalera
para trepar su sueño y una hoguera
donde arderá entre aplausos su destino.

UNA DULZURA IMPLÍCITA

Hay una dulzura implícita
en el hombre que pasea a su perro
son idénticos modos de pernoctar
en los recovecos de la memoria
en mis cuatro caminos
y en mi sola cabeza trunca de soledad.
a quién le importa
mi luna llena y metafórica
el vicio de animal
el sueño de animal
la vieja herida injusta y necesaria
para que yo aprendiera que un perro es una mancha
hasta en el corazón de un niño.
ese soy yo un perro desde el hocico tibio
hasta mi rabia peligrosa.

son días de no sentir
el manotazo de una palabra
de no despertar en medio de la noche
con el graznido metafísico de un pájaro
de no padecer el amor como ordenan las escrituras.

creí tener tiempo para limpiar
lo que ensucia la memoria
pero el agua desterró la espuma de mi boca
y a cambio de la continuidad
le dio a mis manos un olor seco
y un chirrido mecánico
mis manos
único sitio que desconozco
la única herramienta
que se convierte en osamenta de la noche.

hay una dulzura implícita
en el hombre que pasea a su perro.
quién lleva a quién.
quién escribe.
quién ladra.


DE LA SINCERIDAD


Siempre supe que la que la sinceridad no era una flor
Para llevar hermosamente en el pecho
Sin embargo
Envidiaba la amargura de esta noche sábado
En la que mancho el cuerpo
En la que soy la rosa negra de la ciudad
Que hospeda y sobrecoge mis veintisiete años.

Cambiaba jazmines por noches como esas
Afilaba mis brazos para atrapar
La corrupción soberbia del verano
Pero he ahí que nunca fui dichoso
Nunca el joven hermoso de los hermosos jóvenes
Más bien cerré mi puerta
Para evitar el hambre con que colmé mis sueños
Y con que defendía esos años difíciles
Que luego vi morir en noches como estas
En las que ser sincero puede costar
Las tardes del olvido.

Ofrecía jazmines
Pero a cambio encontré casas vacías
Hombres vacíos que buscaban en mí
Una pequeña muerte diaria y repentina
En la que recostar sus sueños a mis sueños
Hombría contra sexo delirante.
Siempre supe que la sinceridad no regiría mi destino
Sin embargo reconozco a mi madre
Clavando flores muertas en mis senos
Destrozando las cartas con las que me decía
Palabras duras y exactas para el vicio

Pero el hombre que soy
Tiene miedo de su verdad difícil
Y la extrañeza de no saber qué pájaro soltar
Que canción para ensanchar su olvido
También está otro hombre
Y descubro en vano que es hermoso
Yo que casi me pierdo jugando a serle fiel


Yo que hice estos versos
Después de abrir mi rosa casi cielo
Estoy perdido
Sigo ahogando jazmines sin conmover a nadie.

El torpe
La rosa estrafalaria del verano
Sigue buscando a alguien para el sueño
Sigue estando en hoteles en pueblos en países
Y la sinceridad sigue siendo aquel diálogo
Con el que perseguir amores que terminan
Como simples jazmines en el pecho.


EN LAS NOCHES DEL SIGLO XXI

En las noches del siglo XXI somos voraces.
Las criaturas de la conmiseración
Beben el néctar joven
Acumulado en los discípulos de la miseria
Y se acomodan hasta volver al caos
De ver pasar los días
Sin que alguien se detenga a comprar su belleza.
Es el siglo XXI
Los que pidieron prestada
La compañía hermosa de un estudiante de francés
Anhelaban pintar el precipicio adolescente de su horror
Y consiguieron mendrugos y una porción de soledad
Adornada con muertos en los respiraderos del desastre.
Es lo que somos
Criaturas de queja pataleando en el sueño
Así nos imaginaron los escritores
Y los que planifican el futuro.

Cuando se tense todo
Cuando esté listo para empezar el camino del hombre
Que enmudeció con el tajo sangrante
De un viaje sin horarios
Querré decir cómo es la libertad por dentro
Cómo son los anillos
Los parques
La soledad del fauno.
Será como aprender a enlazar las palabras
Y los sonidos íntimos
Será entrar en el miedo de mí
Con una enorme pata de cabra
Y con la mano aún temblorosa
Incendiaré el agua mansa
Que sin pudrir
Hace los días largos
Y las noches abiertas al amor.

LOS MUCHACHOS DE ORO

En la ciudad de nadie
Dos jóvenes dibujan la belleza
Dos muchachos de oro imaginan el rumbo de las cosas.
La belleza es un duelo para ellos
Una farsa en el aire
Y aún así son fuertes impredecibles mansos.
Los muchachos de oro
Siembran en mí un silencio inacabado
Un silencio de rosas
En el que veo nacer una grave columna
Negándose a aguantar el falso techo falso.
Veo morir sus flores
Veo subir de nuevo a sus cabezas algo
Es otro joven de oro
O es la ambigua humedad la que queda esperando
Que no sea posible ese regreso frío
Esa mueca de asco
Esa orgía tan alta por la que estoy llorando.

Los muchachos se alejan y mientras pasan paso
Son manzanas podridas son almendras que parto
Son margaritas secas que por amar rechazo
Será que soy tan viejo
Y encuentro mal su ramo de rosas mal cortadas
O es que están desgajando mi corazón de esmalte
Ridículo y cansado.

En la ciudad de nadie casi me voy quedando
Y aunque me duela vivo
Aunque padezca me alzo
Los muchachos de oro son perlas en mi espacio
Son pájaros que admiro son ostras donde nazco
Y aunque parezca torpe aunque parezca extraño
Cortaría por ellos mi cabeza y mi mano
Mis libros mi rareza
Mi corazón que es algo.

THE POET DOG



Para Eduardo Sarmiento que dibuja deseos.


Por su vida de perro
El poeta convierte en soles los días verdaderos.
Es un sitio donde desfilan caras conocidas
La perra madre con su hueso de hombre
La raíz solitaria que alimenta
Los círculos concéntricos
Y su canción
Ese aguanilebongó triste
Tartamudeado en su memoria.
El oro no vive en sus colores
Y quien lo mira piensa:
Es un regalo del cielo su miseria.
Sabe que no es ladrar su mejor suerte
Y es que en verdad ni canta.

Lo que nos manipula
Es que escupe a la cara con dulzor.


DECLARACIÓN DE FE DE LA SERPIENTE

Una calle de Guines, La Habana

He vuelto a caminar por la furia
Con la memoria hundida en las aguas
De una edad luminosa
He vuelto a ser quien era
El viajero y el hacedor de entonces
El poeta ilusorio
La inestabilidad de los muchachos dóciles
Perdidos en la bruma.
Sentado en la estación de una ciudad ajena
Fue muy difícil reconocer lo que queríamos
Un destino
Una conversación distinta
O la manera más fácil de regresar
A la pobreza de nosotros mismos.

Todo empezó en noviembre
Con la sola intención de ir dándole a la carne
Esas pequeñas lunas de que hablan los hombres
Palabras de perdón con que endulzar el cuerpo
Y alimentar el trasiego de los parques nocturnos
Donde embriagan su sexo los muchachos
Y donde fui a sufrir los vicios más hermosos
De algún hombre
Fui como niño al agua
Como muchacha espléndida
Derrochando virtudes en la espera.

Mientras fuimos dichosos
Todo fue como hacer provincias inventadas en el aire
Todo como la fama
Y el hambre de los niños que se casan
Solo cambió el paisaje
Solo la arquitectura de muchachos magníficos
Que no dejan de ser casas vacías
Que no dejan de estar ausentes del dolor
Frente a nosotros.
Yo conozco estos viajes
Y he sido perdedor por mucho tiempo
He sido el penitente el comprador el loco
El que ha visto su fe mercada sin piedad
Por una cena íntima.
Yo conozco estos viajes
Y nunca fue más triste ver un hombre caer
Que cuando vi la muerte de mi amante.

Yo que fui tan feliz he vuelto a ser la sombra
El huésped habitual
El poeta perfecto que copia sus amores
Con la misma quietud con que se aburre un hombre
En el hotel de un pueblo.
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JUAN CARLOS VALLS: (Güines, La Habana, 1965) Su obra literaria ha sido galardonada con el Premio David (Cuba, 1991), el Premio Pinos Nuevos (Cuba, 1994), el Premio ORIPPO (España, 1995), entre otros. Reside en Miami, Estados Unidos. Ha publicado los libros De cómo en la estación de un pueblo el pretexto del viaje son las bestias (1991), Los animales del corazón (1994), Los días de la pérdida (1995), Conversaciones con la gloria (1995), Yerbas en el búcaro rojo (1996), La soberanía del deseo (2000), y (2008).
Datos y foto del autor tomado de La primera palabra.
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domingo, 30 de mayo de 2010

La ascensión del poema

El poema “La resaca de todo lo sufrido”,3 que firman José Luis Serrano y Ronel González, no guarda una relación explicita ni implícita con “Los heraldos negros” de César Vallejo. Simplemente toma como título el tercer verso de ese texto del poeta peruano. El verdadero antecedente del poema de los holguineros está en otro que data de la misma época de “Los heraldo negros”, pero escrito en lengua inglesa: el célebre La tierra baldía, de T. S. Eliot, específicamente en su parte IV, “Muerte por agua”. La magnificencia del texto “La resaca...” no reside únicamente en el ingenio y la fuerza de la palabra propios de la obra de sus autores, sino además, y en gran medida, del uso que estos hacen del mencionado poema predecesor.

Las investigaciones de las fuentes y las influencias pueden arrojar importantes resultados al analizar las obras literarias y sus autores. Una pesquisa en el campo de los asuntos, motivos e intertextualidades traería a la luz insospechables conexiones y parentescos, como líneas que atraviesan la literatura en toda su extensión, algunas con cierto nivel de concientización por parte de los autores, pero otras producidas por el azar. Ciertamente, la gran mayoría de las obras literarias recurren a asuntos y motivos establecidos desde los albores de la literatura sin que ello las desmerite. Precisamente para Eliot, quien era un maestro de las apropiaciones, “el hombre no podrá gozar de arte alguno más grande que el arte que ha creado ya y del que solamente podrá hacer diferentes combinaciones entre lo eterno y lo efímero dentro de las formas artísticas. Tampoco, individualmente, podrá aspirar a nada más alto que aquello que los santos han logrado, pero en cualquier lugar y en cualquier época algún otro santo puede nacer”.4
González y Serrano traen a su poema elementos, frases, pertenecientes al de Eliot: muerte por agua, Flebas el fenicio, acuérdate de Flebas, una corriente submarina, tú que haces girar la rueda del timón mirando a barlovento, pero la relación entre las dos obras no se da únicamente a través de esos elementos intertextulizados, sino además por el hecho de que en ambas está presente el motivo dominante de la muerte. En “La resaca...” los autores evocan la memoria de Flebas, quien en vida alzó su copa y ha muerto ahogado. Luego se incita a la embriaguez como una forma de evasión ante la muerte, se cuestiona la vida austera, el luto, la absurda dimensión del sacrificio, Dios. Hay una clara posición existencialista y de desinterés por las cuestiones sublimes, todo planteado con un tono lúdico y ebrio que roza el sarcasmo, muy característico en gran parte de la obra de José Luis Serrano.
La sección “Muerte por agua” de La tierra baldía, es un texto mucho más serio, pero igualmente el motivo de la muerte sirve al poeta para expresar su existencialismo, pues de nada sirvió al marino el haber sido robusto y hermoso alguna vez si recién ha muerto y al entrar al remolino ha visto todas las etapas de su juventud y su madurez. El ahogamiento tiene en los poemas de Eliot un significado de catástrofe humana y de suicidio, de la decadencia individual del hombre que no logra divisar el sentido de la vida en sociedad. El hipocondríaco personaje de su primera obra en verso “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” luego de invitar a un recorrido con los famosos versos cuando se tiende la tarde contra el cielo / como un paciente anestesiado sobre una mesa se pregunta con el mismo desgano si se atreverá a estremecer el universo o a comer melocotón.El poema termina con un ahogamiento colectivo.

A su vez La tierra baldía tiene, entre otros precedentes, una obra de Shakespeare. En sus notas a esa obra 5 Eliot establece la conexión entre el marino fenicio y La tempestad. La primera es una cita textual de un verso de la canción de Ariel, acto I, escena 2: Lo que fueron sus ajos son dos perlas. ¡Mira! Es el pasaje en que Fernando sospecha que su padre ha muerto ahogado tras el naufragio y Ariel se lo confirma con su canto: Yace tu padre en el fondo/ y sus huesos son coral. Mientras que en “Muerte por agua” una corriente submarina recoge los huesos del ahogado en susurros, en los versos del genio de Stratford nada en él se deshará,/ pues el mar le cambia todo/ en un bien maravilloso./ Ninfas por él doblarán. Ya en la sección anterior era la voz del fuego quien cantaba: Las ninfas han partido/ Dulce Támesis, fluye suavemente hasta que yo termine mi canción. Y más abajo hace una de sus características mudas; vuelve a insertar el lamento de Fernando con este giro: meditando en el naufragio de mi hermano el rey/ y en la muerte de mi padre antes que él.

Más adelante el marino fenicio encarna en Tiresias, otro personaje importante en el texto pues funciona como el espectador y relator de todo lo acontecido: trae al marinero a casa desde el mar. En las mencionadas notas que acompañan al poema se aclara que Tiresias “se disuelve en el marino fenicio, y este no se diferencia de Fernando, Príncipe de Nápoles”. Y por último otra cita textual de la obra de teatro: Esa música se arrastró junto a mí sobre las aguas. Lo que no se anota son los puntos de contacto entre el personaje Ariel y Tiresias. El poder de la invisibilidad en el primero y el de la ubicuidad en el segundo son elementos cardinales. Si Ariel desencadena todo el conflicto en la obra dramática, Tiresias resume y capta todo el espíritu de la obra lírica, pero nunca sabremos si Eliot quiso de manera conciente repetir este recurso.

Shakespeare también era asiduo a las apropiaciones, sus mejores obras toman asuntos de la literatura italiana, la cual escrutó para bien de la humanidad. La Tempestad, obra del último período shakesperiano, tiene algo en común con Trabajos de amor perdidos, que fuera quizás su primera comedia: la peculiaridad de que se hace difícil rastrear sus fuentes. Según Edward Dowden 6 algunos autores desvían la atención hacia pistas falsas cuando hablan de haber encontrado el origen de su asunto, o puntos de contactos con este, en una obra titulada Aurelio and Isabella. Mucho se ha señalado que son varios los rasgos del drama alemán Die shöne Sidea, de Jakob Ayrer, que se corresponden con la obra del inglés. Está, por ejemplo, una escena que recuerda aquella en que Fernando, siguiendo órdenes de Próspero se esfuerza en cargar leños: Cumpliendo su dura orden, he de llevar varios miles de estos leños y apilarlos. (Acto III, escena I). El teatro isabelino puede tener estos puntos de contacto con drama germano en general, pero nada hace suponer que sea este su principal germen. Quizás Shakespeare se inspiró en alguna otra historia desconocida. Puede seguirse una pista que lleva a un relato del español Antonio de Eslava, que forma parte de la colección Las noches de invierno, publicada en Madrid en 1609. El protagonista de esa obra es el mago y destronado rey Dardanus, quien construye un palacio en medio del mar, tiene una hija, Serafina, a quien ofrece en matrimonio, sus sirvientes son sirenas y nereidas, una tempestad se desata... Estas son solo semejanzas en cuanto a los personajes, e incluso a la acción, entre dos obras que sin embargo difieren en muchos otros aspectos. Una vez más no podremos decir que la narración española sea el origen del la comedia inglesa.
Una búsqueda más profunda en otras direcciones nos revelaría un sinnúmero de estas “prestaciones”. Por ahora solo hemos visto cómo nuestro ahogado marinero ha hecho un largo recorrido desde los yambos de cinco pies del bardo inmortal, pasando por el verso libre de Eliot hasta los recientes endecasílabos de González y Serrano.

3 En José Luis Serrano y Ronel González Sánchez: La resaca de todo lo sufrido, Editorial Capiro, Santa Clara, 2003, p. 11.
4 Thomas Sterns Eliot: “Lo eterno y lo efímero”, El Centavo, Vol. XIII, N. 137, Morelia, Mich., Nov.-Dic., México, 1988, p. 51.
5 Ver la edición de La tierra baldía de Arte y Literatura, 1990
6 The Comedies of Shakespeare, introducción de Edward Dowden a The Tempest, Oxford University Press, London, 1911, pp. 2-7.
Edelmis Anoceto Vega

viernes, 28 de mayo de 2010

Fluir a través de Erótica

Después del reposo que toda buena lectura necesita, para organizar en la biblioteca del cerebro la memoria que uno archiva cuando lee un libro diferente --como lo es Erótica—, volver a él y escribir una reseña no es un acto temerario, pero sí premeditado. Lo que había visto escrito en internet por Ignacio T. Granados (en su bitácora El submarino amarillo), con mucho acierto, me ha hecho repensar, si se quiere con sabiduría, que no se puede escribir desde la emoción, que es lo que el autor de Erótica ha provocado al tener la gentileza de enviarme su novela, y por las razones que más adelante, en otro post, reseñaré (o tal vez baste con volver a publicar ese lúcido artículo de Granados, previo permiso virtual).

Lo cierto es que al menos cuatro de los mejores episodios del libro quiero sentar en el aire, porque también yo he visto como se ilumina la playa cuando Richard del Monte se encuentra con Idamanda. Me asomo a ese Hecho y doy constancia de esa entrada al reino supuestamente inventado de los Thacamun, gracias a Dios sin pre-condicionamientos morales ni parábolas que nos enjuicien. Porque el lenguaje y los personajes de la novela no tienen el propósito de exagerar una realidad para acercarse a ella, ni se trata de la misma realidad ramplona de la literatura realista sobre ese drama que nos acosa, como identidad de ser cubanos o, mejor dicho, de no sobrevivir al cubaneo o a otro de los episodios que abundan en el recorrido de hablar de nosotros mismos como si fuéramos únicos, como la flor del Pequeño Príncipe.

Lo mejor es que Erótica ((Letra de Molde Ediciones, Miami, 2010) no es una aventura de desarraigos y provocaciones ante la vulgar tarea de enmendar nuestras autosuficiencias, sino una llegada al futuro, a esa mirada que rompe con las costas sexuales, devaneos, encierros, promiscuidades y asfixia donde geográficamente siempre nos han situado, antes en inxilio, y ahora en exilio también. Porque el erotismo y la sensualidad, la ironía y la invención de la Isla Thacamun, como bien apunta Granados, no son tan imaginarios. A mí me salvan en toda la novela, como uno de los hilos que, junto a los personajes principales, hacen pasar de una historia a otra y volver a relacionarlas, aun cuando otra de las características de este libro es que cada historia funciona por sí sola y trasciende su tema.

Igual, tal vez, a como funciona todo en las piernas de Idamanda, como Richard del Monte ha descubierto para que sea creíble el país donde podamos responder o preguntar sobre una realidad que nos absorbe desde otra realidad que nos construye. Nuestra propia razón de ser y existir expresando qué somos, o quiénes somos como cuerpo y deseo, como territorio o extensión de ese encuentro con uno mismo que nos pone en un confesionario, muy moderno, fuera de toda lógica de lectura simplista: es una catarsis del individuo que apenas si aprende a vivir en libertad. Por lo pronto, en el fluir a través de Meneíto, las palabras de su autor, Armando Añel, nos acercan, casi como un bolero, a Erótica.



Cortesía de http://www.editpar.com/


miércoles, 26 de mayo de 2010

Una presentación inolvidable.

Cuando uno sabe que van a presentar un libro de un poeta singular como Emilio García Montiel, aunque sea a las 6pm de un día Martes y en un horario donde los trenes sofocan como si ese vapor de Manhattan en el camino que sube a los andenes, donde las residencias se cierran como claustros y apenas se vislumbran los jardines, pudieran quemarnos los olvidos, aún así, uno sale en la búsqueda de ese encuentro con la seguridad, como también dice y cito de nuevo al poeta: No hay memoria en los espacios infinitos, por eso penetramos en ellos con satisfacción, pues no hay saber o tiempo alguno que pueda ser nombrado/ Es la ausencia de esos órdenes lo que compulsa en placer de las palabras; discursos que no cobran sentido en el temor o en la humildad, sino en la dura inocencia de concebir un nombre de lo eterno.


Emilio garcía Montiel. Enrique Del Risco

La forma en la que Enrique Del Risco, hizo presentación del poeta, fue muy agradable, nos introdujo en el conocimiento de su poesía con una conversación fluida, natural, como ocurre (amén de su aclaración) “no soy un estudioso de su poética”, si la persona domina los motivos y los matices con la que fueron escritos muchos de los poemas, que hace ya unos cuantos años lo desmarcó de su generación, y vuelvo a referirme a lo dicho por Enrisco, porqué Emilio a diferencia de muchos otros poetas importantes, no solo escribía sobre viajes y regresos, sino además su manera de decirlo miraba siempre como en retrospectiva, no usaba esa carga de drama sobre la existencia o los sucesos de la vida en Cuba, incluso en esa particular forma en la que su poesía, limpia, ascendía en tratar los temas de su interés tomando distancia, como si regresara de todo lo que a su alrededor acontece y colocando en otra dimensión el peso de sus palabras; colocadas con perfección y mucha musicalidad, las que respondieran también como estética a otra mirada desde el futuro, de quien como aclarara el propio Emilio, “nunca puedo escribir de los sucesos que están pasando en lo inmediato” Otra de las cosas dichas por Enrisco, fue sobre esa suerte de poeta de pocas palabras, que las pone en orbita, recurrente no al azar sino como dominio del poeta que tiene además de mucha memoria de su infancia, cosas distintivas, para algunos raras, de que siendo un poeta exquisito le interese el béisbol, como si el hecho de haber vivido muchos años cerca de un stadium, le diera ese don de definir cosas tan importantes como En un stadium no se juega el destino del país, pero sí su nostalgia.
Por su parte Emilio tuvo a bien nombrar algunas de las otras cosas que lo hacen ese poeta singular que sus lectores descubrimos, el hecho, por ejemplo, de que para él es importante no solo sentir que su poesía tiene esa rima interna que lo obliga a lo musical como apropiación natural y por otro lado su yo que se incorpora por necesidad de representarse asimismo y a la vez como visto desde otras personas, tercera quizás, otras lecturas que puedan tener resonancia en quienes lo leen. Su humildad y la lectura de varios de sus textos, las respuestas a muchas de las preguntas que le hicimos, siempre tuvieron ese despegue lejos del ego de saberse o no importante, como si su personalidad y su poesía fueran juntas, coherentes, entrañables.

Hace muchos años en mi pueblo al centro de Cuba, cuando estuve ante la lectura de sus versos, sentí que uno de los rasgos que definen su originalidad como poeta, y por la que su voz auténtica nos produjo la mejor de las catarsis, era esa suerte de que cada tema tocado es un poema listo para ser antologado independiente, a la vez que cada texto se justificaba como cuerpo de una armonía de libro donde no sobraban por el logro de contención, las palabras; él me aclaró, que nunca tuvo interés o conciencia de escribir un libro con esas características como un cuerpo único.
También sentí que lo conocía de toda la vida, y que en la calidad de lo que tanto Enrisco y él nos ofrecieron -cada uno en su rol-, no estaban presentes los olvidos, porque en muchos de los que no pudieron estar o no llegaron a la Universidad de New York (NYC) al 19 University Place en el Great Room, y en los que tuvimos ese gran aliento de la magia de su poesía, la venta y firma del libro Presentación del olvido, en esa atmósfera de buena vibra, también singular y no muy recurrente de las presentaciones, en esa armonía que se creó como si nosotros fuéramos a decidir no la nostalgia sino el destino de Los Stadiums, sentí una complacencia en todos, que difícilmente podamos olvidar.

Juan Carlos Recio
NY/ 26 de Mayo del 2010.




De izquierda a derechaOfill Echevarria, Emilio García Montiel, Enrique Del Risco
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Un día de inocencia (1988-1990)- publicado originalmente en 1991 como sección de El encanto perdido de la fidelidad.

Las costas de Francia

Bajo el gustado fresquecillo del amanecer, bajo su fría niebla, yo vi
pasar las costas de Francia.
Las luces fugadas de los autos iluminaban brevemente el mar, el
Reposado perfil de algunos botes, cierto oro interior.
Yo me dije: he aquí el mediodía de Francia, he aquí su Provenza
Bucólica, ligera en torridez.
Nunca más, nunca más la glorieta de mi pueblo será el centro del
mundo.
Nunca más el boticario o el fotógrafo contarán las mejores historias.
El Ródano, que acude tras los suaves dorados, pasa también por mí.
Las mansardas caprichosas donde se quiebra el aire.
Los dragones, los caballos de nervio fino sobre el polvo de Arlés.
Toda la verdad desconocida pasa también por mí.
Eso me dije y ya no estuve solo.
La gente se agolpaba en la cubierta, sobre las barandillas.
Yo les oí decir: ¡Es Francia, es Francia!
Y así los vi inclinarse. Con la misma inocencia
Con la misma seriedad de quien escoge un papel de regalo o una
revista de modas.

Saber con pipa

Una ruda elegancia hace clarear la tarde. Contra su fondo ocre
hay un señor de rasgos delicados y larga barba negra que sostiene
una pipa.
La sostiene. La lleva hasta sus labios, pero no fuma aun.
Algo tiembla en sus ojos: la silueta rojiza de un gran mapa se borra
en la pared.
Allí están los países, los hermosos países que alguna vez ardieron
en sus manos,
las banderas perdidas, los navíos de fina arboladura.
Todo lo que alguna vez ardió en sus manos y hoy arde en las dis-
cretas paredes de un bar.
Yo he inventado este hombre para Willy Baunmaster y Willy lo ha
pintado para mí.
Sus trazos de soberbia claridad no logran sofocar ese silencio.
Estas palabras tampoco lo iluminan.

Las estudiantes

Para Atilio y Esther

Las estudiantes se toman de la mano. Llevan vestido gris y blusa
blanca con los puños al vuelo. Así corren los bosques y los patios,
y las fuentes. Como doncellas escapadas de alguna institutriz.
Siempre quise tocarlas, pero me fue imposible. Las estudiantes
viven en un mundo que no nos enseñaron. El mundo de la gracia que mis padres olvidan y mi país ignora.

Las calles están limpias

Las calles están limpias y la mañana lleva ese silencio de esplendor
que jamás volveremos a oír. Hay anuncios de siluetas bien cortadas,
y árboles frondosos y pulcritud en el vestir de las mujeres. Si fuera
otra ciudad, yo me iría tras el aire de esa música. Pero esta es la ciu-
dad de la nostalgia. Así la hizo mi padre y así me enseño desde
su mano. Una ciudad de luces apacibles que no sintió apagarse sino
al viento. Al viento que arrastra por las calles la grisura del día,
los últimos instantes del perdón.

Los stadiums

A veces voy a los stadiums sólo por tomar aire.
El stadium es un gran respiradero en la ciudad podrida.
En la ciudad de las columnas sórdidas, de los lentos portales oscuros.
Entre el cansancio de un hombre que no quiere llegar y el letargo
de un mundo que no quiere salir.
Entre el polvo, el calor y la sed como en una película de guerra.
Entre las calles enfangadas como en una película de corrupción
moral.
Desde las casas, el cielo es dulcemente azul.
Desde los barcos, una nube grisácea que se enreda con el aire.
Bajo esa nube somos demasiado felices.
Bajo esa nube pensamos: la ciudad.
Pero al final decimos: parque, polvorín, iglesia, ayuntamiento.
Ya no hay frescor posible.
A veces voy a los stadiums a tomar aire.
En un stadium no se juega el destino del país, pero sí su nostalgia.
O más bien la nostalgia de esta ciudad podrida.
Remendada con boleros y con tristes anuncios que ya no significan
nada.

Cartas desde Rusia (1986-19988)- publicado originalmente en 1989.

Las cartas

He abierto pocas cartas, pero siempre importantes.
Algunas fueron de amigos cercanos,
otras de mujeres
y otras de pequeña gente que no volveré a ver.
De cada palabra obtuve una verdad,
y de cada silencio,
ese temor invisible que nunca confesamos.
Por una carta perdoné a un enemigo.
Por una carta decidí mi soledad tras un largo romance.
Por una carta abandoné un país.
Si alguien me pidiera explicaciones, no sabría decirlo.
Una carta es el aire que bate entre dos condenados,
entre el cuerpo y el alma.
Un sillón reclinable, un dorado estilete para rasgar los sobres,
una vista nocturna de París,
de poco servirían.
Desde el momento en que vocean tu nombre por las habitaciones,
en que cae un susurro debajo de la puerta
ya no hay nada que hacer.

Los golpes


Hace ya mucho tiempo –ahora es muy difícil precisarlo–
yo descubría el mundo bajo el mismo cristal usado y trasparente
con que se ve la gloria.
Nada pretendía y nada sucedió que no estuviera definido entre el
bien o el mal.
Yo imitaba a los héroes con la vieja confianza que da la masedum-
bre, con su oscura prudencia.
No conocía aún la insensatez de las muchachas:
si alguna noche imaginé o entendí algo, fue apenas un rubor.
Yo tenía un pupitre, una voz agradable, una ciudad dispuesta.
Los maestros tocaban mis espaldas y decían: muy bien.
Todo era hermoso, desde el primer ministro hasta la muerte de mi
padre.
Y perfecto, como debían ser los hombres y la Patria.
Pero eso fue hace tiempo, hace ya mucho tiempo, y ahora es muy
Difícil precisarlo.
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Si me preguntaran qué libros me llevaría a una isla desierta no tendría que pensar la respuesta. Ya una vez tuve que decidir qué libros me acompañarían a esa isla desierta que cuando queremos parecer dramáticos le llamamos exilio. Y los libros que escogí para cruzar el océano fueron un diccionario de sinónimos y antónimos y “El encanto perdido de la fidelidad” de Emilio García Montiel. En parte porque técnicamente no se trataba de una isla sino de España y llevar –por ejemplo –el Quijote era una redundancia. Y en parte porque no me sentía cómodo separándome de un par de libros que me imaginaba me podrían seguir siendo útiles. Uno en calzar la cortedad de mi vocabulario. El otro para recordarme ciertas verdades que nuestra generación –abrumada por el peso de la Historia y sus traficantes – descubrió no sin dolor. Verdades que nadie cantó mejor que el poeta cuando decía por nosotros: “Yo imitaba a los héroes con la vieja confianza que da la mansedumbre, con su oscura prudencia” O cuando resumía su idea de la salvación en esta pregunta:” ¿A qué Dios suplicar no ser ni héroes ni traidores?”.

Enrique del Risco

Emilio García Montiel es una de esas voces que nos permiten reconciliarnos con ciertas zonas del alma que ya creíamos perdidas: aquellas donde la sombra, el susurro o el leve fulgor de una mirada, logran apagar los ruidos de una época cada vez más deshumanizada para dejarnos respirar nuevamente la esencia de la poesía.

Daína Chaviano

Adentrarse en la poesía de Emilio García Montiel es sobre todo un recorrido por sólidas y firmes sutilezas de una letra personal, paseo por un lenguaje que connota siempre reflexiones de mayor alcance, y donde la voz del escritor define y clarifica secretos insondables.

Alicia Llarena

Emilio García Montiel nació en una isla, pero desde su primer libro resultó evidente que su modo de mirar el mundo es profundamente universal; su poesía es una isla en sí misma, pero unida por numerosos puentes, visibles o invisibles, al continente de la lírica más auténtica y perdurable.

Antonio Orlando Rodríguez
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Foto tomada del blog de enrisco

Emilio García Montiel (La Habana,1962). Obtuvo el Premio de la Crítica en Cuba en 1992 con El encanto perdido de la fidelidad, el Premio internacional de Poesía de la revista Plural (México) en 1988 con Cartas desde Rusia, y el Premio 13 de Marzo de la universidad de la habana en 1986 con Squeeze play. Es doctor en Historia de la Arquitectura por la Universidad de Tokio, Maestro en estudios de Asia y África(con especialidad en Japón) por El Colegio de México y Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Ha publicada también Muerte y resurrección de Tokio (El Colegio de México, 1998). Actualmente reside en México.


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lunes, 24 de mayo de 2010

POEMAS DE AYER MISMO

Foto cortesía Carolina Vilches

A veces uno olvida hasta quienes lo llamaban por su nombre, a veces las distancias desde estos colores, anuncios y estos rascacielos, aparentan bajo su sombra ese olvido, de aquel blanco y negro de los encuentros. La primera vez que conocí a Yoel Mesa Falcón fue en Santa Clara, al centro de Cuba; él junto a Abel Germán Díaz Castro y Heriberto Hernández eran los jurados del Premio fundación de esa ciudad, que tiene hace muchos años como celebración de su aniversario y sin olvido. La segunda vez que conocí a Yoel, fue desde la amabilidad que profesaba a un viajero de provincias como yo, que aún necesitaba cortes de tijera en sus versos, y que creía que leer los poemas me haría mejor pulidor de esos hallazgos de ánimo. Y digo que lo conocí dos veces porque la primera estaba aturdido en la sorpresa del primer premio y de que excepto Heriberto Hernández que es de mi patria chica, no conocía a los otros dos poetas del jurado. Lo cierto que recuerdo muy claro, esa poesía limpia de Yoel Mesa, de quién ya venía con sus propios cortes de tijera, de quien dominaba sus emociones y las dejaba caer, como ese ritmo de rima interna que todo verso aunque libre, necesita para que nos llegue al oído o podamos leer esas razones que el poeta tiene como un tapiz donde su poesía “salido de las manos de un humano” nos hace contemplar hasta su alma.

Luego su destino se fue lejos y no he vuelto a verlo; aunque esto puedan desmentirlo estos poemas que hoy recibo por su correo generoso y sé que en el perfil de ese rostro donde el poeta nos comunica, su mano que traza como una letra que confiesa, porque, no puede existir olvido cuando un poeta verdadero, un amigo, escribe:
no, no está perdida
podrá abrir los cofres
las puertas
los palacios
y hasta un rostro enigmático si este rostro se atreve

Cómo no atrevernos a entrar a ese mundo donde el poeta también tiene:
Sólo una nube
que pronuncia nuestros nombres.

Juan Carlos Recio
NY/Mayo 24 del 2010


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POEMAS DE AYER MISMO

Naturaleza muerta


Un vaso de vino, un cenicero, la tarde, yo aburridísimo
una fecha cualquiera y un carrusel
que dejó de sonar cuando las nubes volaron de los ojos.
Aburridísimo yo, la ceniza, las heces del vino
la tarde
una fecha cualquiera
y un niño muerto
crucificado en un Gólgota de juguete.
Breve viento, estrecha ventana
piares
un minuto tras otro
un pie tras otro
y a dónde ir.
Las paredes me hablan pero no contesto.
El vidrio, la arena, los que inventaron las horas.
Un vaso de vino, un cenicero, la tarde.



Ya no



¿Cuántas cabezas el dragón tiene
y cuántas el león
cuántas estrellas
sobre el azul más sereno del mundo o es
un tapiz
un pobre tapiz aunque bellísimo
salido de las manos de un humano
y no de Dios?
Ah, y las copas
de los árboles como cabezas humanas
y la entraña de la tierra
cual suspiros de una corriente.
Así era el mundo, más bien
lo que había tras las frentes.
Hoy
la hermosa maquinaria se ha llenado de máquinas
y ya no hay monstruos de mil cabezas
ni cabezas que parezcan árboles.
Nadie se detiene a ser contemplado por el zafiro de lo alto.
Nadie pregunta por el Misterio
ni deposita sus labios
en un hilo azulísimo
para tejer un tapiz.



Breve fantasía y fuga



Foto tomada por Arístifes Vega, Río Negro, El Nicho, Manicaragua

Pasó hace ya tanto que los pozos
han olvidado reflejar la nube
que entonces quería ser lluvia y canta
el agua un canto nuevo
pleno de mañanas
de soles sin fin
por nacer…


Sí, Vallejo, tanto y tan poco


¿Tan vulgar la vida?
¿Todo perece?
¿Nada
para llenar el cofre, sólo
un minuto tras otro en consolación
que las horas sean eclipses
y los días persigan la eternidad
sin tocar sus vestiduras?
¿Nada?
¿Todo?


Antiguo tema para arpa y flauta


Es el río de Heráclito el que pasa
es Heráclito en persona el de la barca
y la corriente calla
aunque llega a los oídos en forma de vocablos
y creemos adivinar
un “Yo Soy”.
Nada eres, agua
ni tú, rostro
tampoco tú, Tiempo.
Fantasmas
como la figura del filósofo
y su río
hecho de palabras.
¿Música?
No, no hay ninguna arpa por aquí.
Sólo una nube
que pronuncia nuestros nombres.


Alucinado ma non tanto

Cae la colilla de la mano, pero el índice no señala nada en el charco
lleno de maravillas:
una nube rosa que ha visto la proximidad de la muerte
y todos estos paseantes de cabeza
hijos de Renoir, de Degas
que existen en medio de la luz
y para ella sin saberlo.
Ahora te llamas cementerio
de pensamientos en la ceniza
la saliva y los perros,
únicos seres que te aman.
Tumbas y más tumbas en el camposanto de lo insignificante.
Hay un incendio en el cielo
y acá abajo las hormigas no saben nada.
La mano que dejó caer la colilla se hunde en un bolsillo y palpa la llave
no, no está perdida
podrá abrir los cofres
las puertas
los palacios
y hasta un rostro enigmático si este rostro se atreve
y aquél permite
hurgar bajo la máscara.
Posa su planta en el agua
y la nube
la más bella del crepúsculo
se rompe en burbujas sucias.
Un perro se le ha quedado mirando.
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Yoel Mesa Falcón nació junto al mar hace ya muchos años. Desde entonces ha estado escuchando las olas sin poder apartar los ojos del horizonte. Envejeció trazando signos en un papiro a la luz de un lucero. Conoció y amó, fue amado y olvidado. Será enterrado bajo una pirámide y viajará en un velero por las estaciones de la Eternidad. Quizás los dioses se compadezcan de él.

viernes, 21 de mayo de 2010

ESPEJO DE TRES CUERPOS


Quería escribir sobre Espejo de tres cuerpos, la novela de Odette Alonso. Después de su visita a New York, de la presentación de sus libros, de sus lecturas en la ciudad insomne y de que finalmente su libro de cuentos Con la boca abierta, y su novela, con unas emotivas dedicatorias, y hasta una foto, fueran a acompañarme mejor, estos días lejos de la casa y el árbol. Pero Félix Luís Viera, ha escrito un hermoso artículo sobre ese cuerpo de espejos, ya publicado antes en Otro Lunes, y La Primera Palabra.


ESPEJO DE TRES CUERPOS, ODETTE ALONSO



Por: Félix Luís Viera

No pocas veces he dicho, y lo sostengo, que la literatura gay, lésbica, erótica, etcétera, no existen. No descubro nada al afirmar que la creación literaria tiene como basamento fundamental el “drama humano”; nada descubro cuando asevero que los temas eternos del hombre –del ser humano, valga aclarar en este caso específico– ya están preestablecidos desde el surgimiento de éste: el amor, la muerte, la lealtad, la traición, la bondad, la perversión… y los que faltan. Lo demás, y seguimos hablando del arte literario, son Asuntos. En cualquier narración o poema que se respete, pueden aparecer una o varias facetas de lo antes dicho, porque así de humanos, o a veces de inhumanos, somos. Ah… bueno… que el Asunto se desarrolle en un ámbito homosexual, por ejemplo, es otra cosa, pero los Temas son los Temas, y en este ámbito, como en cualquier otro, aparecerán.
El menos afortunado de los rótulos que mencionaba en la primera de estas líneas, es la llamada “literatura erótica”. El erotismo es un recurso creador que determinados escritores manejan; sólo un recurso que puede estar en una u otra obra de variados alcances y propósitos; pero asumir que existe un género narrativo o poético denominado “poesía”…o “narrativa erótica” (aun se imparten talleres literarios bajo este título) es algo risible. Las novelas que por ahí nos han vendido bajo esta etiqueta no son más que bodrios plagados a veces de pálidos excesos sexuales y otras de ígneas batallas carnales que pretenden una calentura insulsa, más acá del alma, de la incursión en las entretelas de la enjundia humana; es decir, no hay más que vacío.
En lo que a la novela se refiere, aun las ya establecidas como género, “policial”, “negra”, de “ciencia ficción”, “suspense”, “horror”, entre otras, son tópicos que darían para la polémica: en cada una de las obras de estos géneros –si en verdad son buenas, si en verdad son Literatura– vamos a encontrar un valor per se a partir de su incursión en la honduras del quehacer humano, que las deja fuera de las clasificaciones; o sea, vamos a hallar en ellas el sabor de una novela “a secas”.
Aislar, poner parte, es, en la mayoría de los casos, sobreproteger a lo menos vigoroso, a lo que por sí mismo no tiene el valor o el valer para medirse con el resto. Así, ¿qué estamos haciendo cuando llevamos a cabo, por ejemplo, una exaltación de “la literatura escrita por mujeres? ¿No estamos protegiéndolas frente a la que escriben los hombres?, ¿acaso ambas, las que escriben las mujeres y las que escriben los hombres no son, igual, literatura, buena, mala o regular? ¿O debemos entender que los hombres son superiores escribiendo y por esta razón es necesario estudiar, aparte, la creación de las mujeres, otorgándole de este modo cierta condición de minusválida?
Sabemos que por motivos ancestrales, es refrescante, en el terreno del arte, y en otros, ponderar el avance del género femenino. Pero no es éste el caso.
Para ciertos editores, la denominación de “literatura lésbica” o “gay” puede resultar un “gancho” para objetivos de promoción y venta, con base en el morbo de un posible consumidor. Pero estas denominaciones son un espejismo, o peor: un rótulo que pone en franca desventaja al creador de obras cuyo Asunto sea el homosexualismo; algo así como certificar que es una parcelita aislada del gran espacio terrestre literario.
Bien, puede haber una causa para exaltar la literatura de contenido homosexual: a lo largo de la historia los homosexuales de ambo sexos (si es que así se puede decir) han sido perseguidos, discriminados, maltratados de múltiples maneras por los curas, los comunistas, los nazis y, en fin, los retrógrados y reaccionarios de toda laya y de todas las épocas; maltratados y marginados tanto los que han practicado el homosexualismo como aquellos que han escrito sobre él. Pero esto es un hecho que se ubica dentro de lo social y, por lo tanto, no tiene por qué convertirse en un género literario gracias a la flexibilidad relativa que otorgan los tiempos actuales para este tipo de creación. Sea de Asunto lésbico o gay, se trata de creación, no de otra cosa; no hay por qué dar fe de un bautizo que no tiene sentido; un aviso del Asunto está bien, a manera de información, pero convertir el Asunto en Género, resulta descabellado.
Todo lo anteriormente dicho –larga introducción, lo acepto– no es más que para anunciar que la cubana Odette Alonso acaba de publicar, por la editorial mexicana Quimera, su primera novela –muy buena, por cierto–, Espejo de tres cuerpos. Su asunto es lésbico, pero esto no es lo fundamental: estamos diciendo que es una buena “novela propiamente dicha”. En Espejo de tres cuerpos nos hallamos de nuevo frente al triángulo amoroso: Ángeles, Berenice, Nidia; un triángulo amoroso que, ya lo verá el lector, por momentos se acerca al cuadrángulo.
En su estreno como novelista, Alonso –poeta de vasta y sólida obra y autora asimismo de un buen libro de cuentos– no parece una novelista de estreno si consideramos el oficio que muestra tanto en la construcción del lenguaje –que en todo momento va por el mismo centro, sobrio, sin recurrir a los recursos metafóricos que podríamos esperar de una excelente hacedora de versos–, neutro, matizado por giros, “decires”, “acepciones”, apelativos absolutamente mexicanos. De modo que, contada por un narrador omnisciente que en ocasiones, comedidamente, se pasa a personajes secundarios, esta novela no parece escrita por una cubana; algo, al menos para mí, novedoso y que demuestra hasta qué punto Odette Alonso, durante sus 17 años de exilio en México, ha captado la manera de hablar, las costumbres y la idiosincrasia existentes en la capital azteca.
Si es obligatorio clasificar esta novela, a riesgo de resultar cursi, la clasificamos como una novela de amor. Llama la atención en esta obra –que se desarrolla fundamentalmente en el ámbito universitario– la rotunda autenticidad de los personajes, los cuales, literariamente hablando, son fieles a sí hasta el final de la narración; en este aspecto, en la construcción de los personajes, no se nota ni un breve bache (y miren que uno los busca, a ver).
Ángeles, quien se estrena en el amor lésbico por causas que, aunque no aparecen escritas, se pueden deducir a partir de las acotaciones como al desgaire, de soslayo, del narrador –como debe ser– halla en el amor referido, más que esto, una pasión que la arrastrará aun al cinismo. Vence Ángeles – divorciada, profesora respetable, portadora de una ética casi canónica, madre de una hija adolescente– los atavismos, el ¿sí o sí?, el terror que siente al verse en el umbral de algo amoral según su credo, y va a dar finalmente en los pliegues de Berenice, también profesora, pero unos veinte años más joven que ella.
La otra esquina del triángulo es Nidia, para el que suscribe el personaje más amado del triángulo, puesto que es la más amadora, la más sufriente y, si bien lucha por no ser “destronada” por Ángeles en la predilección de Berenice, mantiene la dignidad suficiente a la hora de perder a quien ha amado, ama. Ya sabemos que hay relaciones amorosas “totales” que se logran y que han tenido su inicio exclusivamente en la pasión. Así sucede con Nidia. La relación entre Ángeles y Berenice no alcanza un verdadero ensamblaje humano. ¿Por qué? Porque la segunda, con sólo 25 años de edad, se nos muestra como una experta en la manipulación del objeto de su lujuria, un ser que raya en el hedonismo, a veces sumamente inteligente en sus sentencias ontológicas, a veces cursi, siempre inclinándose a la veleidad.
Entre los personajes principales se halla Raquel –hija de Ángeles–, a mi entender el que más aristas posee y el prototipo de la adolescente mexicana rebelde, abstrusa, egocéntrica y creída de sí misma. Será Raquel quien, hacia los finales de la novela, aportará un viraje que conducirá al desastre pleno.
Daniela es una mediadora, la depositaria de uno y otro “secreto”, consejera de sus amigas desde una perspectiva que podríamos llamar de “buena fe”; exhorto a analizar este personaje que, entre los no pocos actores secundarios que corren a través de las 185 páginas de la obra, juega un “inteligente” papel estabilizador en lo que a la trama se refiere. Y no podía faltar en Espejo de tres cuerpos la arpía: Teresa, bien delineada por el narrador, elemento catalizador a la que éste recurre cuando es realmente necesario.
Los personajes masculinos inmersos en Espejo de tres cuerpos tienen una actuación paralela, complementaria, dentro del corpus de una novela donde las protagonistas desarrollan sus amores de mujer a mujer como a la sombra de la transparencia pública. Entre aquéllos destaco al doctor Rogelio Galindo, director de la carrera universitaria en donde trabajan las protagonistas: atildado desde su lenguaje aséptico hasta su vestimenta y su peinado impecables; es decir, el prototipo del orden establecido, de la decencia, del “buen vivir”; el encargado de aplicar la guillotina, y la aplica, a las ovejas descarriadas del redil de las buenas costumbres.
Espejo de de tres cuerpos, como toda obra literaria valedera, resulta subversiva en notable proporción: la exposición de los variados estamentos sociales de la ciudad de México, la doble moral, la hipocresía, la polémica sobre las asunciones religiosas, entre variados aspectos, otorgan a la novela otro de los motivos que la hacen interesante.Es de viejo sabido que lo que decide los alcances de la creación literaria es la forma, no el contenido. Así, debemos sumar a lo dicho en las primeras líneas acerca del uso del lenguaje y la capacidad de sugerencia de Odette Alonso, su pericia para cortar el capítulo en el momento justo o para fragmentar la narración en determinados pasajes en busca de una intensidad que muy bien alcanza, lo cual se corresponde en buena medida con ciertos puntos de giros inesperados y, en dependencia, con un aceleración o ralentización del tempo. Agréguese además la ausencia de melodrama y la imparcialidad a la hora de juzgar al Otro con mano que no se ve, sino que deducimos que ahí está.
Convoco a leer esta novela, que muy bien alimento resulta para el espíritu y el conocimiento. Mas, quien vaya hacia ella no debe hacerlo con el morbo de que es una “novela lésbica” ni con el prejuicio porque lo sea. Es sólo una novela, una buena novela.
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Félix Luís Viera: (Santa Clara, Cuba, 1945) Poeta, cuentista y novelista. Ha obtenido en dos ocasiones (1983 y 1988) el importante Premio Nacional de la Crítica concedido en Cuba a los mejores libros de cada año. En el campo de la narrativa tiene publicados los libros de cuentos Las llamas en el cielo (considerado un clásico del género en Cuba) y En el nombre del hijo; y las novelas Con tu vestido blanco, Serás comunista, pero te quiero e Inglaterra Hernández. Su novela Un ciervo herido, publicada por la Editorial Plaza Mayor en 2003, fue traducida al italiano en 2005, con una acogida extensa en la crítica literaria de Italia. Actualmente trabaja en México.
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Espejo de tres cuerpos es una novela con ribetes benaventianos en la que el triángulo imposible, el más prohibido de todos, se forma ante los ojos del lector. Pero si desde sus inicios la relación resulta compplicada, el hecho de que todas las protagonistas sean mujeres vuelve aun más suculento este ajíaco literario. Ajíaco, sí, porque aunque la trama tiene lugar en México, la gracia caribeña de la autora asoma entre las páginas con un guiño cómplice...La manera en que se en lazan y desenlazan los tres cuerpos reflejados en este espejo construido de palabras en un lugar de azogue revela la maestría de Odette Alonso, capaz de trazar retratos auténticos y vívidos con cuatro pinceladas.
Berenice, juvenil y desprejuiciada, tiene algo de sirena y de afrodita. Ante su embrujo femenil caen Ángeles, la al principio estirada profesora...y algunas chicas más. La obra comienza con el protagonismo de Ángeles, pero no se limita a describir el tránsito de la madre-divorciada-y-unpoco-reprimida a la amante apasionada que llega a desbocarse con Berenice en un sofá. Hay mucho más que eso. Espejo de tres cuerpos contiene una propuesta y un sinfín de preguntas. ¿Qué se hace cuando el amor (no importa el rostro...o el sexo con que aparezca) llama a la puerta? ¿Se le franquea la entrada? Y lo más importante, ¿cómo arreglar la vida cuando el amor decide huir?
Teresa Dovalpage
Tomado de la contracubierta del libro
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lunes, 17 de mayo de 2010

ESCALERAS PARA SUBIR AL CIELO.



ITINERARIO en la poesía de Camilo Venegas

Andaba en los años noventa del “período especial cubano”, el cual acentuaba en su carencia hasta el deseo de morirse. Había ganado por aquel entonces el Premio de la ciudad de Santa Clara como una idea surrealista de Buscaluz Colgado; y fue en un cuarto bautizado por nombre “La gaveta”, donde Bladimir Zamora, -ese amigo ilustre de todas las generaciones de escritores de cualquier rincón de la Isla-, fue en ese cuarto de luz que podía ser la patria, donde mejor se escuchaban cualesquiera de las canciones-joyas de la música tradicional cubana, letras que te apuntalaban mejor la vida y no daban ganas de morirse. Un trago de ron sin hielo, lectura de uno de tus poemas, conversaciones profundas de la vida nacional como verdaderos patriotas, en esa guarida de luces vi un dibujo de Camilo Venegas sobre unos poemas míos publicados en el Caimán Barbudo, dentro de una reseña sobre mi primer libro acabado de editar, escrita por Bladimir Zamora. Fue el Blado quien me comentó de su talento y me dijo que sabía escribir unos textos que te hacían pensar. Recuerdo que esa Gaveta-patria tenía una escalera que parecía representar un país destartalado a punto de venirse abajo, pero que Bladimir con esa voz de trueno convertía en refugio seguro desde la promoción y el buen gusto de amistades, arte, literatura, música, como una mirada adentro, desde tu propio espejo, a esas cosechas de identidad como cubanos, que no eran fruto de la imaginación por una vida mejor, sino más bien era “la vida misma” en blanco y negro de una nación que hervía sus vapores todos con versos ya vividos.


No coincidían nuestros trenes, arribaban en diferentes horarios o, a veces, nuestros destinos fueron cancelados, pero la poesía de Camilo si tuvo su itinerario hasta mí y no ha dejado de estar escrita sin que le sobren palabras o cuelguen como ideas aisladas; es una poesía hecha no como un pacto premeditado o cerebral para congraciarse, es un parto desde la emoción donde fluye conciente la sabiduría, pero también la calidez del alma con la que presenta sus emociones con precisión de quien dibuja con trazos bien delineados los temas que uno asume que ha leído antes sobre su vida, también como un álbum de fotos o un catálogo que guarda su rostro para la otra vida. Creo que se debe además, a que en esos trazos él no inventa inspirarse, sabe dominar sus recursos de estilo y palabra; pero se mira al parecer, desde uno de esos lectores con talento que necesita descubrir esa forma de confesar que los pasos de un poeta, para ascender, deben pisar profundo en ese tramo vivencial, donde las escaleras aún rotas deben servirnos para ser alumbradas, incluso, alimentarse, con la sustancia, que haga voltear al receptor hacia ese reflejo donde también podemos encontrar más que nuestros rostros, o simples fotos, el itinerario, la vida que pasa, la que vivimos ahora en el recuerdo, en el exilio, (antes el in-xilio), pero nunca desde la ignorancia.

Son estos poemas de un muchacho que ha ido enderezando todas esas lecturas y cicatrices como reflejos que los coloca con presunción de quien sabe: lo que somos cuando salimos,
en línea,
por el fondo de nuestras casas
y le damos candela a eso que nos define.


Desde hace ya un tiempo, de un solo clip puedo darme el lujo de entrar en el Paradero de Camarones, otro recinto patrio online, con la seguridad de que no se cancelan con imprevistos, el poder de mirar las ideas del poeta, sus crónicas o sus angustias, y es en ese viaje o vicio hasta su estación-bitácora es que le pedí estos textos que hoy les comparto:




Juan Carlos Recio
NY/Lunes 17 de Mayo del 2010.
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LOS PULPOS

Entre Gastón Baquero y yo pusieron dos cuchillos,
una tabla redonda, pulpo a la gallega
y una botella de vino.

Por mucho rato,
Madrid fue todo lo que él decía
con la boca llena.
La Habana,
lo que ninguno de los dos logró recordar.

De vez en cuando, el mozo servía más vino.
A nuestro alrededor
se oían palabras en varios idiomas
y una música
que nunca supimos de dónde venía.

Cuando ya nos íbamos,
Gastón hirió ese punto
donde los ocho brazos
convergen en el cuerpo del animal.
Luego, para concluir,
señaló que el tercer tentáculo del macho
es en realidad su órgano copulador.
Los pulpos,
ese fue nuestro último tema de conversación.


PARA QUE LOS DEMÁS LES CREAN


Copia de Pier Paolo Pasolini


Los poetas exageran su dolor para que los demás les crean.
A menudo se critican a sí mismos,
insultan a sus seres queridos
y destruyen las pocas cosas que heredaron
de algún que otro antepasado.

Los poetas simulan ser mal agradecidos
y maldicen cualquier gesto de caridad o simpatía.
Son ingenuos y pacíficos,
pero invierten gran parte de sus vidas
en declarar guerras y dictar sentencias.

Los poetas son víctimas de su candor,
destruyen con sus propias manos
las flores que pudieron haber sembrado,
la razón que tuvieron en algún momento.


CARRETERA CENTRAL

La Carretera Central desapareció sin que nos diéramos cuenta.
Es inútil que sus pueblos aparezcan en el mapa,
ya ni siquiera tienen sentido aquellos arcos elevados
que pasaban por encima de los trenes antiguos.

La Carretera Central ahora es un hilo de humo
que se desvanece sobre el espacio vacío
que dejaron los pueblos al marcharse.
Cualquier nombre que se diga
solo alcanza para describir versiones del pasado.

Limonar, Coliseo, Jovellanos,
Perico, Colón, Los Arabos,
Cascajal, Mordazo, Manacas,
Santo Domingo, Esperanza, Falcón,
Placetas, Cabaiguán, Jatibonico…

La Carretera Central desapareció sin que nos diéramos cuenta.
Ahora su kilómetro cero marca destinos sobre el agua,
rutas por el aire y los viajes que jamás haremos a ninguna parte.

FECHA DE ENTREGA

La fecha de entrega de estas palabras era ayer.
He quedado mal conmigo mismo.
Al bajarme del autobús en un lugar desconocido
descubrí que un individuo idéntico a mí
me esperaba con los brazos cruzados.

No dijo nada.
Sólo me arrebató la maleta de las manos
y se despidió del chofer de la vieja camberra.
Lo llamó por su nombre y le deseó buen viaje.
El individuo idéntico a mí
me hizo una señal para que lo siguiera
y comenzó a caminar
en dirección a un sembrado de arroz.
La fecha de entrega de estas palabras era ayer,
me dijo y se perdió de mi vista.

El ronroneo del autobús aún se oía a lo lejos,
eso es lo único que queda de este día
en que he quedado mal conmigo mismo.

QUEMA



La quema de basura comienza al atardecer.
Los padres de familia y las viudas,
en línea,
prenden sus despojos sobre la vía férrea.
Arden allí las noticias más viejas,
las pruebas de algún hurto,
los enseres del pasado,
las cáscaras del mediodía
y lo que ya nadie quiere tener.

Las cenizas de mi pueblo
esparcen una oscuridad perfecta
que alcanza para todos a partes iguales.
Esa nube irrespirable
es nuestro olor,
lo que somos cuando salimos,
en línea,
por el fondo de nuestras casas
y le damos candela a eso que nos define.
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Camilo Venegas:
Nació en el Paradero de Camarones, Cuba, el 16 de julio de 1967. Desde el 2000 reside en Santo Domingo. Estudió teatro en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, La Habana. Entre sus libros publicados se encuentran "Los trenes no vuelven" (1993), "Cine Vedado" (1995), "Pequeño inventario de cosas que nunca existieron" (1998), "Itinerario" (2003) y "Afuera" (2007). Su cuento "Irlanda está después del puente" mereció el Premio del Concurso Internacional de Casa de Teatro en 2004. Actualmente es director creativo de Campo de Texto, una agencia de consultorías y producción de contenidos de la que es socio fundador.


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