domingo, 2 de diciembre de 2012

Génesis: Idamanda en la Trinidad

 
Fragmentos del Génesis en Libro de la Salvación.
Video basado en el capítulo “La Trinidad”, de la novela de Armando Añel “Apocalipsis: La resurrección”, que se presentará en Miami el próximo viernes 7 de diciembre, a las siete de la noche, en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras (Café Demetrio: 300 Alhambra Circle, Coral Gables).

No se lo pierda:
http://www.youtube.com/embed/RUb4nbIn174

Neoclub Press.

Para comprar el libro, pulse:

https://www.createspace.com/4076616

                           Authored by Armando Añel Tiene lugar el Apocalipsis y renace la humanidad frente al mar, con la espuma coronando los pies de Idamanda. Apocalipsis: La resurrección propone un salto espiritual renacentista tras la caída del mundo tal y como lo conocemos, rehén del miedo, el deseo y la soberbia. Como puede leerse en la introducción del libro, en la inocencia está la salvación: Sólo el niño puede crecer y divertirse en el proceso.

______________________________

CONVERSACIONSES


 

La voz del otro lado asume con gravedad

la idea de verse a su deteriorio

algo de una frase hiriente:

sobre el amor que no le dice si es odio

y repite, antes de que cierre ese acto

porque no sabe amar sin que se lo digan

algunas personas asumen la idea de mentir

como si todo fuese un discurso conocido

ante un espejo.


La voz dijo que pudiera entender las etapas

donde salen de los sentimientos

algunas bocanadas hechas con prisa

supongo eran de humo o niebla

es muy duro entender la vida que otros

quieren  para ti, casi igual a una apuesta.

Al final, quienes se procuran lastimar

no lucen de arrepentimientos

ni lucen con exactitud lo que padecen.

Si uno cierra esa voz a tiempo

puede irse a otro fondo de claridad

donde los cuerpos no necesitan esconderse

y  vistos sin premura

dicen mucho de amar sin necesidad que te responda

el otro falso contenido del espejo.

Una sola cosa pude decirle:

ama lo que eres antes que desaparezca

la gente suele irse a alguna parte sin saber

y en realidad uno debe ese conocimiento

cuando no tiene el vidrio donde instruir

la pena de otros en lo que de verdad das pena.

 

He amado siempre mis verguenzas

sin que importe tanto lo que me castigan.

__________________

martes, 13 de noviembre de 2012

Adios a «Cascarita»


Por Alexis Castañeda Pérez de Alejo

 
En la tarde de ayer lunes, 12 de noviembre, falleció Martín Chávez, el célebre «Cascarita», conocido en los últimos años como el emblemático cantante de la agrupación Los Fakires

Comienza su vida artística siendo todavía niño. Integró como vocalistas diversas agrupaciones con la cuales realizó un sinnúmero de giras nacionales alternando con artistas de renombre nacional e internacional, como Beny Moré y Pedro Vargas.
 Felo Valdés y Casacarita ( foto archivo) Tomado de CentroArte Web, Santa Clara.)

En el año 1956 integró la Orquesta de Beny García, luego la Orquesta Hatuey, la Venecia, con esta última se mantuvo 25 años, después pasó al Conjunto Moderno, más tarde La Sonora Cubana y por último el conjunto Los Fakires, en el cual se mantuvo hasta hace muy pocos años, alcanzado gran éxito nacional e internacional. Entre 201 y 1005 realizó giras por España, Inglaterra, Polonia, Bélgica, Alemania, EE,UU, Japón, Malta y Venezuela. Desde 1994 mantuvo con esta agrupación el espacio mundialmente conocido comoViernes de a Buena Suerte en El Mejunje de Santa Clara

Es considerado una rareza o uno de los últimos representante de una escuela tradicional de canto popular cubano.

 ___________________________
_______________________________-

viernes, 12 de octubre de 2012

Sagradas Pasiones















Prólogo Sagradas Pasiones


García Lorca, hacia 1918, a todas luces deslumbrado por las Poesías completas de Antonio Machado escribió, encima del libro, un poema que hoy es considerado su primer manifiesto poético y que luego devendría en prólogo con el título de Sobre un libro de versos. El entonces bisoño poeta granadino escribe al final del hermoso poema:

Como en el horizonte

Descanso las miradas.

Dejaría en el libro

Este, ¡toda mi alma!

Y es que la literatura, especialmente la poesía, puede provocar el éxtasis y despertar las más fuertes emociones. Doy fe de ello… He sido siempre un ferviente enamorado de las palabras; desde pequeño me dí a la tarea de leer apasionadamente, pocas cosas me producían tanto placer como un buen libro; así comencé, guiado por solícitas manos entre libros de ordenadas bibliotecas ajenas. Con el paso de los años, ya en plena adultez, he llegado, en gesto de soberanía y de madurez intelectual, a escoger mis propias lecturas, las que decido según mi gusto personal. Leo, siempre que puedo, todo lo que me gusta, todo lo que me da placer leer, así como lo hiciera también Dylan Thomas; sólo el Tiempo es mi única preocupación: ese gran enemigo de toda obra humana; el mínimo tiempo indispensable que la vida pueda concedernos para emprender nuevas lecturas, nuevas aventuras estéticas y nuevos proyectos.

Hoy llega a mis manos (¡Deo gratias!) un nuevo poemario cuyo solo título presupone la entrega absoluta de su creador Arístides Vega Chapú. Lo hojeo al azar (no puedo evitar esa vieja costumbre) y me tropiezo con esta lancinante idea poética:
Escribo a merced de morir,

cuánto miedo me produce la belleza.
Impresionado por estos versos—y otros tantos— y ante el presentimiento de una sinceridad que no trafica con gratuidades, facilismos, o con la mera muestra del oficio de escritor experimentado, hecho y laureado —si es que acaso ese oficio pueda aplicarse a la poesía— leo cada poema, los releo, vuelvo al título que en sí mismo constituye todo un manifiesto poético, una confesión muy íntima, una profesión de fe: Sagradas Pasiones.

Nombrar así un poemario presupone un acto de valentía rayana con el heroísmo; una profunda urgencia del espíritu que aflora como un grito de fe y libertad de su autor, quien nos confiesa antes, haber escrito con heroicidad sus versos, entregándose al abismo tan solo para disfrutar de la caída.
Ya conocía algunos libros de Vega Chapú; también, de su encomiable labor como promotor cultural en la Isla más distante; del respeto que goza allá, así como en otras latitudes. Más debo decir que hay algo curioso en este prólogo, y es que lo he escrito sin haberlo conocido aún personalmente, sin haber sostenido siquiera un breve diálogo —género literario tan válido cuando se trata de investigar las más hondas motivaciones de la entrega. No obstante, obviando esas nimias barreras de la (in)comunicación, me sumerjo en las profundas aguas del poemario en el que muchos lectores podrán verse identificados según sus propias experiencias de vida, atreviéndome a asegurar que se conmoverán ante las pasiones develadas como una estampida de los Cristos del alma vallejianos, con un alto lirismo.
No sería hiperbólico, ni desmedido, declarar que Sagradas Pasiones es, hasta la fecha, el poemario más hermoso de Vega Chapú, criterio que compartirán muchos lectores y que el propio autor no desdeñaría, aunque sea ajeno al encomio, ya que lo sabe sincero, honesto y poéticamente emocionado. Los invito, pues, a disfrutar verso a verso, de esta inspirada obra que cautiva por su esplendor, quedándose impregnada nuestra alma, como por ósmosis, en cada una de sus páginas y descansando en el horizonte la mirada…

Félix Anesio

Miami. Agosto, 2012.

______________________________________



PASIÓN POR FRIDA KAHLO.


a Agustín Labrada.



Aferrada a tu hombre,

como si pudiera salvarte de escuchar el persistente sonido

de las campanas abiertas a la mitad.

Sonido semejante al de dos piedras friccionadas

hasta evidenciar la amarga luz de su mineral anunciar la muerte.

Admiro la paciencia de entornar ojos tan hermosos,

como si la luz capaz de adueñarse del estático cielo mexicano

alcanzara un peso irresistible.

Estás obligada a disfrutar a solas de ese instante irrepetible

en que se traspasa el límite sin miedo,

pues todo es renuncia.

Con la liviandad de quien anda de mano de su creador

tus ojos observan la figura oculta del otro lado de la luz,

desconociendo cuál de las dos es real.

Adviertes que estás en el mismo paisaje de tu sueño

en el que la Virgen de Guadalupe

se presenta con el rostro de tu madre.

A pesar de mi temblor sostengo las flores

que imaginé para ti,

colores tan reales como el amarillo, lila, rojo.

Las quise dibujar pero no se me concedió el don

que arrebataste

creída de que sería un alivio a tu dolor.

Olores antiquísimos que conservas en un cofre,

regalo de Diego,

como manera de estar en paz

y reconocer el cielo que aprenderás a atravesar,

quiera Dios delante de mí.

Hubieras preferido conservarlo en tu vientre

y no en un cofre,

pero tantas apariciones perturbaron tu endeble equilibrio

en una cuerda no prevista para una mujer.

No dejes que el dolor se apodere de ti,

te paralice como si le pertenecieras.

No dejes que el dolor ocupe tu cabeza

y las aves no puedan arrancarla

como parte del espectáculo de la noche

en la que todo está por reconocer.

Al menos esa sería una imagen para venerar siempre,

pero tú no necesitas alas,

ni dolor,

ni andar cabizbaja

como si desconocieras que tus días tienen la fragilidad

que lo mortal imprime a lo verdadero.


PASIÓN POR MI OFICIO.



Heme dispuesto a revelar con el silencio de las palabras

todo cuanto de frívolo acoge mi corazón impuro

como los ojos

que han subastado más de un áspero paisaje.

Con tanta exactitud lo dibujo

que nadie rehusaría escuchar sus latidos.

También he escrito con heroicidad mis versos

en cortezas húmedas y distantes

como el abismo al que me entrego

tan sólo para disfrutar de la caída.

Admito que no me pertenece la sabiduría,

sólo presto mis manos

para que Dios escriba

cuanto considere justo y necesario.

Gastón Baquero

CONVERSACION CON GASTON EN SAN JOSE



“Volverás de nuevo a decirme adiós”,

dice Gastón Baquero, y no le creo.

Bajo el intacto cielo que desconoce la noche,

no será posible.

El destino trazará el mapa

del país que he imaginado.

Podré despertar,

solo y nostálgico en Madrid

o en un accidental paisaje

al que me aferro

por no encontrar nada

en derredor que sienta como mío.

En el lento cielo las estrellas se reflejan

sin ofrecer descanso.

Quiero dejarlas caer sobre el papel

cuando el cielo en su extensa región

se nos vuelva a mostrar amaneciendo en Madrid,

en la isla,

o en cualquier otro paisaje

de los que navegan

el profundo océano del deseo.

Aspiro una bocanada del habano

y sigo las efímeras rutas del humo,

hasta regresar a la bodega de mi pueblo

donde todos se conocen,

y continuar una conversación familiar.

Lo que recuerdo no podrá ser relatado,

aunque caigan todas las estrellas

sólo para satisfacerme un deseo.

Si alguien pudiera recordar el pasado por mí

me agotaría menos,

pero estoy solo con la foto del joven Maceo,

sin machete a la cintura,

la almidonada banderita y una flor de majagua.

Me apropiaría de todos los recuerdos

como si fuesen los míos,

y así los ojos enrojecidos no se desesperarían

al no ver el país que he imaginado

dormir, como un ángel, en mi hombro.

_____________________________________________   El libro se puede comprar online en el portal de la editorial: http://www.vocesdehoy.net/aristides_vega_chapu.html


Para leer sobre el autor pulse:

http://www.sentadoenelaire.com/2010/04/donde-no-quise-volver.html
____________________________________

domingo, 29 de julio de 2012

EN LA SOMBRA DEL SILENCIO


Apuntas a todo silencio


y no sabes, no quieres


ver en la sombra de las palabras que fueron


cuando el cuerpo tibio


era en el discurso de los cómplices


todo el esplendor de un cielo


puesto debajo de tus pasos


como si caminar de espaldas


te iría a salvar de cada abismo.

Hace tiempo tus senos no dan leche



y no aparecen con frecuencia


aquellos peregrinos que tomaban de tu sexo


hasta dejarlo seco


_o, en sus_


gargantas irritadas se desvanecía.


Nunca



puedes imaginar la sombra


que puedan tener


los días del futuro


lejos de tu país


conforme con la cuota de libertad


que te llevan hasta un atardecer


a ver de fuera lo rojizo


y la vida consume


aquellos suspiros que comparabas


con el sudor mezclado en los sacos de azúcar


de esos estibadores de la nada


que suponías iban a sacarte lejos


del plomo de aquellos presentes


donde querías toda la libertad sin miramiento.

Dibujo Gélico



Hace mucho no has visto



ni de lejos arder cañaverales


hace un silencio que deja fuera


el recuerdo sobre el color de la ceniza.





Luego, escuchas las voces


de uno y otro lado quemándose


y no puedes aclarar y no deseas


una mierda de convencimiento;


los sordos tejen ese ruido:


a ellos la patria les pertenece,


a ti te lleva a la sombra del silencio.

viernes, 8 de junio de 2012

DE LECTURAS QUE POR ADELANTO NOS ROBAN.

Algunas razones o cuestionamientos no tienen una respuesta inmediata o clara en nuestra mente. Cuando hace algunos días, en un viaje en bus hasta mi trabajo, conversaba por teléfono con Sindo Pacheco, sentí uno de esos estados de ánimo donde sin motivos aparentes, algo me preparaba para una lectura que ha llegado ahora vía online. El beso de Susana Bustamante.  En dicha conversación telefónica, el Sindo y yo, tocamos el tema de La Presa Zaza, de los días lluviosos en Santi spíritus, incluso de que sus nietos bien parecidos -que además posan en las fotografías-  como personajes de cine, los gatos y cuanto  ser respira en su casa, de alguna manera se me parecen a muchos de sus personajes por venir. Como no soy un adivino, mejor un papagayo, aquel fragmento de conversación al concluir, me dejó con la idea de que dos campesinos tuvieron una charla sobre cosechas y cosas por el estilo y con ese augurio de sabios que se adelantan y leen en la naturaleza y estado de las cosas, me bajé del ómnibus con aire de conquistador sin todas las respuestas, claro; pero uno de esos conquistadores de tiempo que suelen aprovechar los más simple de los diálogos para entrarle a el trabajo como si no fuera nada tedioso, y sin la clásica pregunta: ¿Quién inventó tal artefacto de mortificaciones anímicas? 
Sobre esto de imaginar lo que otros escriben sobre lo que imaginan o crean, soy más que espiritista, un médium; además, supongo porque conozco de ese mundo infinito que este narrador siempre lleva en su cabeza, no solo de lecturas a libros suyos, sospecho que no siempre las personas hacen corresponder lo que hablan con lo que piensan, de modo que mucha gente a veces me suena a personajes de sus historietas, pero al Sindo que conozco, nunca lo veo en otro personaje que no sea el mismo. No quiero regalar una crítica o tratado para sostener nada, lo que descubro desde el lector lo promuevo desde el gusto y el disfrute y lo sueno al aire, donde suelo sentarme como si fuera aquel personaje: Hucckcleberry Fiin, metido en un barril con su pipa y sus palabrotas, desde donde el mundo era muy pequeño en comparación con su fantasía. Sea, este fragmento un regalo para quienes la buena lectura les suele provocar motivos suficientes de que buenos augurios y buenas cosechas, son como hermanos gemelos vistos desde un lente muy nítido o un buen espejo.




Juan Carlos Recio

NY Junio 7, 10.39 am, del 2012.

________________________________
 
CAPÍTULO II


UNA VISITA TENEBROSA





Ya era casi de noche cuando nos reunimos en la esquina. Un viento misterioso movía las hojas de los árboles.

—¿A qué hora es la cosa? —preguntó El Abuelo.

José miró su reloj.

—Todavía es temprano.

Dimos una vuelta por el barrio en busca de enemigos: Camacho o los jimaguas, o de Carburo en persona, pero las calles estaban desiertas. Algunos borrachos cantaban junto al traga-níkel de la cafetería de Graña, y un perro sin rabo bajó a toda velocidad por Masó en dirección a la cañada.

El cementerio queda por la carretera de Santa Lucía, por lo que hay que hacer un recorrido grandísimo, cruzando el centro del pueblo hasta llegar al otro lado.



El centro son cuatro o cinco cuadras de tiendas de ropa, con vidrieras y espejos; y de cafeterías y bares, donde los hombres beben ron a cualquier hora del día o de la noche. Hay una heladería, cuya máquina hace girar unas paletas y el helado va naciendo a la vista de todos. Además, hay un parque de sentarse los viejos, y otro parque infantil, un cine, y una terminal de ómnibus con guaguas para ir a Sancta Clara, Sancti Spiritus y hasta a La Habana si uno quiere.

para ir a Sancta Clara, Sancti Spiritus y hasta a La Habana si uno quiere.


Pasamos junto a la heladería.

—¿Y por qué no nos comemos un helado? Yo tengo treinta quilos —le pregunté a José. Cada vez que yo paso frente a la heladería me dan deseos de comer helados. La heladería huele a coco, a mangos, a naranja-piña y a mermelada de guayaba.

José tendió la mano.

—Dame acá esa plata.

Le entregué las monedas.

—¿Alguien más tiene dinero?

Chencho sacó seis quilos, Cuatrojos, un peso, y El Abuelo y Rafa, dos monedas de a veinte cada uno. José juntó todo y lo metió en su bolsillo.

—De ahora en adelante, la plata que tengamos no será de nadie, sino de todos. En una buena pandilla, las cosas son de todos.

En el bar de Antonio, José compró una caja de cigarros y una de fósforos, y el resto del dinero lo desapareció en su bolsillo para formar un Fondo Colectivo de Emergencias.

—¿Qué es un Fondo Colectivo de Emergencias?

—Sirve para comprar armas, pólvora, municiones, y todo lo que haga falta. Cuando asaltemos algún banco, ya no pondremos más dinero en el Fondo Colectivo.

Nos sentamos en el parque del Paradero. José prendió un cigarro y lo fue pasando a los demás. Todavía yo no había dado mi fumada, ni tosido, cuando se puso de pie.

—Vamos, mis valientes —dijo, alzando el puño derecho.

Sus valientes éramos nosotros y lo seguimos a través de la calle, que más adelante se convertía en carretera antes de llegar al cementerio.

Cuando íbamos dejando atrás la parte más alumbrada, Cuatrojos se volvió y empezó a caminar de espaldas.

—¿Por qué no lo dejamos para otro día?

—El que tenga miedo que se quede.

—No es miedo, pero ya es bastante tarde.

José hizo un ademán y echó a correr.

Detrás de él iba Rafa, y El Abuelo, y después Chencho, Cuatrojos y yo.


El cementerio tenía un alto muro en toda su parte de alante, con un portón grandísimo al centro. A través de la verja vimos la entrada principal que se perdía en la oscuridad. Había muchas tumbas, con cruces de cemento, y otras enormes como casitas de verdad a ambos lados de la calle principal. Más atrás se veían menos construcciones, y luego una negrura casi total. Pero lo más impresionante era el silencio que allí había. Únicamente el viento hacía fiuuuuuuuu, sobre las tumbas de los muertos.

Cuatrojos silbaba aquello de Marcelino pan y vino, todo pan y todo vino.

—Cállate, imbécil —le soltó José.

Cuatrojos se calló, pero El Abuelo empezó a toser bajito.

—La muerte es del carajo —dijo Chencho.

—¿Por qué?

—Porque sí. Esos muertos estaban vivos, y ya no. Ya no pueden hablar ni pensar ni nada.

—Ni sentir — dijo Rafa.

—Ni comerse un helado —dije yo, que seguía con las paletas girando en mi cabeza.

—¿Qué tú sabes, Chencho? —dijo El Abuelo—. José habla con los muertos.



José no le tiene miedo a nada. Pasó para quinto y nosotros para cuarto, a no ser Chencho, que repitió tercero. Todas las noches salen muertos en su cuarto, y él como si nada. Apaga la luz, les suelta cuatro carajos, y los tipos se asustan y se van. Yo no sé si cuando llegue a quinto, podré dormir con un grupo de muertos en mi casa.

José encendió otro cigarro, soltó el humo por la nariz, y se quedó pensativo mirando las volutas que subían, pero con la mente en otra parte igual que en las películas.

De pronto dijo:

—Adelante.

Ya Rafa estaba trepando la pared, cuando se asomó una figura en la puerta. Cuatrojos echó a correr de sólo verla. Yo me quedé medio indeciso.

—¿Qué pasa? —dijo la figura.

—Queremos ver al enterrador.

—¿Para qué quieren verlo? El sepulturero no está aquí. ¿No ven que el cementerio está cerrado?

—Sí, pero nos hace falta saber…, es decir, ¿usted sabe si hay alguna fosa abierta? Necesitamos enterrar a un bastardo.

—¿Cuándo murió?

—No ha muerto todavía, pero mañana cantará el manisero de un flechazo.

El hombre se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.

—Mejor se largan ahora mismo. Los cementerios no son lugares para andar mataperreando.

—No nos vamos nada. El cementerio es del pueblo. En el socialismo todo es del pueblo —lo desafió José.

—Vamos, vamos, piérdanse ya, antes que llame a la policía.

—Somos Los Halcones.

—¿Qué halcones?

—La pandilla más temible. Podemos cortarle la cabeza.



—¡Ah, carajo! —el viejo corrió hacia el interior, seguramente a buscar una escopeta.

Del cementerio hasta el barrio son como dos kilómetros. Llegamos jadeantes, con la lengua afuera, y nos reunimos bajo la luz del poste de la esquina.

—Al enterrador hay que verlo por el día. Hablaremos con él para que nos abra unas cuantas fosas; pero todavía nos falta el juramento si queremos ser la pandilla más temible del mundo.

                       _____________FIN______________

Para leer sobre otros libros del autor, pulse:
http://www.sentadoenelaire.com/2010/02/hasta-la-luna-con-sindo.html
 
http://desdecuba.com/retazos/?p=36

 
http://lafincadesosa.blogspot.com/2009/11/contrabando.html


http://www.eforyatocha.com/search/label/Sindo%20Pacheco

http://www.youtube.com/watch?v=0Bb66CWBGAU

http://www.youtube.com/watch?v=UvTgroFdVsw&feature=relmfu

_________________________
Sindo Pacheco (Cabaiguán, Cuba, 1956) Premio El Caimán Barbudo (1990). Ha publicado Oficio de Hormigas (cuentos, 1990) Premio Abril; y las novelas Esos Muchachos y María Virginia está de Vacaciones. Esta última recibió el Premio latinoamericano Casa de las Américas, el premio anual La Rosa Blanca que concede la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y el Premio de la Crítica a las mejores obras publicadas en Cuba durante 1994.


En 1995 recibió el premio Bustar Viejo, de Madrid, España, por su cuento Legalidad Post Mortem.

Cuentos suyos han aparecido en las antologías “Cuentos de la Remota Novedad”, “Los muchachos se divierten”, “Diana”, “Fábulas de ángeles”, “Antología del cuento espirituano”, “Punto de partida”, y en diferentes revistas como Bohemia, El Caimán Bardudo, Letras Cubanas, Casa de las Américas, entre otras. Textos suyos han sido publicados en México, Rusia, Venezuela, Argentina y España. En 1998 la Editorial Norma, Colombia, publicó su novela juvenil María Virginia, mi amor (finalista del Premio Norma-Fundalectura); y en el 2001, su novela Las raíces del tamarindo, fue finalista del Premio EDEBÉ, y publicada por dicha editorial en Barcelona. En el 2003 la Editorial Plaza Mayor, de Puerto Rico reeditó María Virginia está de vacaciones. En el 2009 salió Mañana es Navidad por la editorial Iduna de Miami, y María Virginia mi amor por Gente Nueva, La Habana.

Actualmente reside en Miami, Estados Unidos.

viernes, 1 de junio de 2012

¿Hacia dónde miras...?

¿Hacia dónde miras, Dylan?

¡Dime tarde!, ¿su reflejo

transparenta en el espejo

la luz? ¿Y con él germinan

estos ojos que caminan

lentos, a la medianoche?

¿Existe, dime, un reproche

para el niño que trasciende

su soledad, y no entiende

de mañanas, o de noches?

Dylan, ¿hacia dónde miras?

qué buscas, ¿un horizonte,

un canto leve del monte,

aguaceros, llantos, iras,

ayeres, páginas, piras?

Qué buscas, dime, y lo encuentro

con mis manos viajo al centro

de tu planeta celeste,

viajo al norte, al sur, al este

en toda selva me adentro...

¿Miras Dylan?, ¿hacia dónde?

¿Quién sujeta, allí, tu mano,

quién robustece el arcano,

quién de tu rostro se esconde?

No soy marqués, no soy conde

no profetizo el futuro

pero te miro y auguro

que serás el capitán

de la nave donde irán

derribándose los muros...



Geovannys Manso

Caracas, mayo 30 de 2012
_____________

sábado, 19 de mayo de 2012

No debe estar resbaladizo: último consejo de Mario Brito



tomado de VientoyMarea, revista de literatura de Villa Clara.
No: 4 mar/2012
Por Fidel Cruz Rosell

«No debe estar resbaladizo» es una oración que si la descontextualizamos queda en una advertencia contra los riesgos que implica contrarrestar la fricción. Cuando la trasladamos al universo de la creación y específicamente al de la narrativa, puede acogerse indistintamente a presupuestos estéticos o narratológicos o, incluso, éticos. Con semejante exhortación nos invita Mario Brito Fuentes a adentrarnos en su último título, en el que ha agrupado cuatro relatos escritos en distintas épocas.

Ya han transcurrido veinte años de que fuera publicado En torno al equilibrio, su primer libro y uno de los inaugurales de la entonces naciente Editorial Capiro. Veinte años que pueden no ser nada según la perspectiva del que los vive, pero que a Mario le han servido para, a fuerza de ejercicio, llegar a la mayoría de edad como narrador. Ahí están Fuegos fatuos, Dile al corazón que ame en voz baja y Ríos de primavera, de la misma editorial villaclareña, más La tierra del cebú, novela publicada por la editorial Oriente y presente en la recién concluida 21 Feria Internacional del Libro, lo mismo que Había una ventana, cuaderno de cuentos sacado a la luz por San Librario, de Colombia.
Mario ha situado a Ríos de primavera como un punto de giro en su obra, porque en él, dice: «me despego de algunas ataduras y de algunos vicios. Porque no sigo corrientes ni tendencias, al menos conscientemente. Porque lo considero un libro de madurez».[1]

En No debe estar resbaladizo, muestra una vez más su calidad como narrador: una técnica depurada y una mirada aguda y precisa que penetra hasta los resquicios más profundos en busca de las motivaciones biológicas, psicológicas y sociológicas de los cubanos de esta época. Para ello nos sitúa nuevamente en la geografía de Ríos de Primavera, un poblado de su invención que tiene mucho que ver con el entorno donde siempre ha vivido el autor.
El cuaderno se inicia con «El viejo que se comía la suerte», un cuento cruel, descarnado, donde el conflicto se vuelca hacia el interior de la protagonista, una mujer que ha quedado sola al cuidado del suegro enfermo y senil. El paso del tiempo y la decadencia cada vez más evidente del anciano han ido limando las fuerzas de la cuidadora.

Mario juega en ambos lados del campo de los valores éticos. En uno, el deseo vehemente de la mujer de poner fin a la agonía de ambos; en el otro, el respeto a la vida de alguien que ya apenas tiene conocimiento de su existencia. Una contraposición que se va nutriendo poco a poco de elementos a favor y en contra, en un crescendo nada vertiginoso que va convocando lentamente al lector a asentir o a disentir, cuestionándose sus propias convicciones. El abandono, la soledad y la pobreza restallan en este relato. Elementos indispensables para que aflore el desencanto y la tristeza, pero también el atisbo de esperanza que se cuelga de un hilo tan endeble como la superstición.
Pronto el conflicto interno es atacado desde el exterior por un elemento que pretende inclinar la balanza hacia el mal, y que al final va a ejercer como catalizador pero en sentido contrario. Se trata de un increíble «comprador de viejos» que pretende utilizar al anciano como alimento de un cocodrilo, mascota de un personaje aun más siniestro.

La trama le permite al autor explotar la veta escatológica a través de un marcado regodeo en todos los fluidos del cuerpo con sus olores y colores. El tratamiento en detalle acentúa los pesares de la protagonista, que debe sumar la fetidez constante a las angustias cotidianas.
 «De león a mono», segundo relato del libro, cuenta la novatada de un escritor principiante que se enfrenta por vez primera a la «canalla» que se gesta al calor de los eventos literarios. La frase del título, que en su uso habitual remite a un enfrentamiento asimétrico, es utilizada aquí para mostrar la transición de la vanidad al ridículo del protagonista.
A pesar de que el cuento refleja el ambiente de un encuentro-debate provincial de talleres literarios, con la presencia, incluso, de alguna que otra personalidad de las letras en Villa Clara, el argumento no enrumba hacia aspectos de la crítica o la  teoría literaria, sino que se adentra en pos del filón psicológico y sociológico. Por ello los espacios de la trama esquivan los locales de debate y se centra en aquellos en que la interacción es más social que literaria.
El guajirito aspirante a escritor es vapuleado por la caterva de jodedores que siempre pulula entre los cubanos de cualquier extracción social. Su timidez y extrañeza ante un medio totalmente impensado para él lo inhibe y paraliza a la vez que compulsa a aceptar cuanta novedad conlleve, por inaudita que parezca. Por eso, cuando uno de los escritores, que se hace pasar por experimentado practicante de la magia negra, lo convence de que ha sido convertido en un temible león, nuestro apocado personaje despliega la melena que no posee y ruge endemoniadamente, exteriorizando la energía guardada para su futuro literario. El resto de los participantes en el evento cooperan con el taimado performance, propiciándole autenticidad al mismo y aupando a la víctima hacia la cúspide del ridículo.
«¿Agüela se escribe con H?», el tercer relato, recoge las fechorías de dos niños a costa de una abuela no menos traviesa. Aquí Mario se apoya en la confluencia psicológica entre dos edades extremas, una contienda entre abuela y nietos con la madre como mediadora.

Un cumpleaños lleva al clímax las interacciones. Una fiesta a la cubana que el autor aprovecha para descargar atisbos de crítica en contra de las paradojas que aquejan a nuestra realidad económico-social, reflejando las artimañas que han hecho especiales a los cubanos por sobrellevar el día a día de un largo período de tiempo. Las connotaciones cubanas de los verbos resolver y conseguir tan claras para nuestros coetáneos, no así para los extranjeros, como bien apunta Padura en el epílogo a su libro de memorias, quedan expresadas aquí en todo su esplendor.

En este caso se trasladan al entorno hogareño las técnicas de supervivencias. Esta vez la batalla se libra por la adquisición de las confituras por medio de la «inteligencia» sin tener que llegar al «combate» de la piñata. Y aunque la contienda concluye en términos dramáticos, el humor circula de principio a fin. Un humor mucho más explícito que en el resto de la obra de Mario, logrado fundamentalmente a partir de componentes situacionales y, sobre todo, del lenguaje. El autor busca las palabras precisas sin importarle la fuente, y cuando no las halla las inventa: mierdulina, murruñento, cangrejudo, gusmaya, fusmayeta designan y califican cosas, mientras que Marchatrá de tierra o de aire nos remiten a animales imaginarios.
«El piso no debe estar resbaladizo» cierra el cuaderno en tono festivo. Una fiesta de graduación conforma el núcleo espacio-temporal del argumento, donde el protagonista —uno de los recién graduados— transita de la sobriedad a la embriaguez con toda la metamorfosis que este proceso conlleva en algunos individuos.
El cuento —que aprovecha la primera persona y una perspectiva deficiente sustentada en la amnesia temporal inducida por el alcohol— se inicia en el momento de la resaca, cuando el personaje, ya en su casa, es sorprendido en ropas de mujer por la esposa. A partir de aquí, el relato se adentra en una amplia retrospectiva que viaja desde el comienzo de la fiesta hasta que la memoria se atasca en el lodo oscuro de la inconsciencia. Un trayecto en el que el protagonista es rechazado una y otra vez por la mujer que se ha propuesto conquistar a toda costa. Con cada rechazo se reanuda la insistencia hasta desembocar en acciones violentas.

La pregunta qué sucedió en el lapso de tiempo que la memoria se niega a revelar nos lanza en una búsqueda detectivesca junto al marido atrapado in fraganti.
En este cuento, como en el primero, el antihéroe es conducido al ridículo, solo que si antes nos apiadamos del tímido guajirito, ahora más bien nos regocijamos con el castigo a la fanfarronada de quien se cree conocedor absoluto de la psicología femenina y de todos los caminos que conducen al éxito.
Estamos, en fin, ante un cuaderno cuya lectura agradecerá el lector común, por la autenticidad y solidez de las fábulas propuestas, por los personajes trazados en sus perfiles más reveladores y por el humor unas veces sutil y otras, más explícito. Al lector avisado, por su parte, no escapará la destreza narrativa de quien recorre la escritura sin resbalar, no obstante exponerse a peripecias técnicas como la variedad de narradores, puntos de vista y perspectivas; la dislocación de los componentes de la historia… Tampoco pasará por alto, el equilibrado movimiento pendular entre las normas culta y popular del habla, sin menosprecio, incluso, de la vulgar, donde no faltan las frases ingeniosas cargadas de significación ni el reacomodo lexical en función de la trama.
Pienso, en definitiva, que si Mario catalogó a su libro Ríos de Primavera como la impronta de su madurez como escritor, en No debe estar resbaladizo la confirma incuestionablemente.

Notas

1 En entrevista publicada en el boletín digital Antares. Agosto de 2010

sábado, 5 de mayo de 2012

CUANDO SE ESCRIBE PARA LOS OTROS.




Hace no mucho tiempo trazaba un itinerario de la vida de dos escritores que no tuvieron la suerte de coincidir sus trenes, no hubo una estación definida para concretar el encuentro. Hablo del post que escribí para un acercamiento a la poesía de Camilo Venegas, ESCALERAS PARA SUBIR AL CIELO. http://www.sentadoenelaire.com/2010/05/escaleras-para-subir-al-cielo.html

 De alguna manera quería cumplir con esa nostalgia de aquellos tiempos que nunca son totalmente del pasado, y  recordar lo posible desde una Gaveta que podía también ser donde caben o se clarifican, no los destinos de un país pero sí gran parte de esa nostalgia. Y es que aquella guarida refugio donde Bladimir Zamora me comentó por vez primera de Venegas, y el verso de Emilio García Montiel, tienen a mi capricho, el que uno quiere treparse en esas sensaciones casi inigualables donde lo que escribe otro te pertenece, por razones que muchos "otros" pudieran reclamar. Hace apenas una semana, por gentileza de su autor,  ¿Por qué decimos adiós  cuando pasan los trenes?,Ediciones Capital Books ), tuvo su mejor itinerario virtual ante mis ojos; hay cosas que parecen tan veloces como un clip, o como uno de esos trenes donde se nos va la vida, en curvas y cañaverales que fueron dispuestos para ver perderse sin entenderlo, los destinos de un país con todos nosotros dentro, y perderse además aquellos colores de la infancia que no volverán, porque como en los estadios, todos juntos podemos perder no sólo un juego importante, sino el sentido de las cosas que nunca más serán las mismas, excepto, en la memoria.

Lo cierto que aún sigo sin conocer al autor pero algo me dice que uno se equivoca al pronunciarlo, quizás es mentira, debe ser una contradicción, es un imposible no conocer a este guajiro del Paradero de Camarones, no se trata de su bitácora, de su muro de Facebook, es su mundo expuesto para entrar, como lo hacen los trenes a su llegada a la estación, por increíble que parezca, esas cosas sólo pueden darse, cuando en realidad el escritor no solo ofrece un ticket, un puesto en un vagón, un pasillo con algunas ventanas por donde se describe el paisaje, el hombre que sabe por qué decimos adiós cuando pasan los trenes, ofrece todo el peso de su insomnio, diría concretamente que él ha estado embarazado por mucho tiempo, que tuvo el acierto de no quedarse en desgarrar la historia para que hagamos catarsis con su feeling, tiene al contarnos una manera mágica de hacer que entremos, no hay casualidad de quedar fuera, uno vive y respira como uno de sus personajes, toca y huele el polvo de las cosas que inevitablemente van al polvo, pasa y marca las huellas por donde ya estuvo, y todo lo logra como se suceden esas postales de la vida real, porque cada cosa, momento, cada rostro tiene el arraigo de una identidad que nos pertenece, no importa en cual ciudad o mapa del mundo ud. ha nacido, es como una estación donde se arriba sin importar si uno lo merece tanto, es como ese primer amor de juventud que nos quita la virginidad pero en su esplendor nos deja intacto aquel latido para siempre. Y para colmo, Camilo Venegas saca uno de esos faroles que no son imaginarios y nos ilumina:  En el salón de espera hay dos bancos inmensos, uno frente al otro, de manera que todos los que se sientan en ellos están obligados a mirarse a los ojos o a bajar la vista. O cuando su abuela  se refiere a uno de esos días sin nombre —En esta casa siempre tuvimos un motivo para tener una vela encendida —dijo Atlántida con la vista fija en ese lugar que ella mira cuando no mira a ninguna parte—. Antes los días tenían su santo escrito debajo del número.

De todos modos yo bien pudiera plagiar todo esto desde los itinerarios que terminado de leer ya reclamo, bien pudiera haber nacido del humo de esos trenes que pasan y se llevan como en un coro nuestras voces, pero le advierto, si ud. quiere, si lo desea mucho, como suelen ser esos sueños que queremos cumplir con los ojos abiertos,  verse en la luz de un farol o convertirse en un cambiavías o, llegar a esas historias donde por misterio la belleza bajo un cielo azul puede ser tan complicada y repetida como uno de esos silencios de un pueblo fantasma al mediodía con sus casas despintadas y sus paredes a cal y canto, por donde pasan unas nubes enormes de los incendios vecinos, o por donde se pueda llegar como el ruido de una locomotora antigua, el ladrido de un perro a medianoche, o por qué no, ser tan sabio para contemplar un tiempo pasado que siempre fue un porvenir mejor inscrito, aquellos tiempos donde ser feliz no pareciera tanto el peso de una condena, y donde la campana de una iglesia, el lamento de un ingenio en plena zafra o el rugir de ese león al inicio del filme que un cine de pueblo tiene, _para acomodar sus almas_, que de alguna forma no desean dejar de rodar, como les pasa a las monedas que se nos caen de improviso. Si de verdad quiere entender ¿Por qué decimos adiós cuando pasan los trenes?, no se quede solo como una res a la intemperie, camine sobre el riel, y busque en este libro por donde pasan no sólo los trenes y las personas que les sirven: Si se requieren las medidas exactas de algún personaje, puede que esté en las paredes de una de las habitaciones.  En la estación exacta donde como en los estadios, se respira el aire: Entre el cansancio de un hombre que no quiere llegar y el letargo de un mundo que no quiere salir.
Juan Carlos Recio
NY/ Mayo 5 del 2012
____________________________________
Paradero de Camarones, tomada del Fogonero.

Apuntes para el escenógrafo


El escenario debe ser mucho menos realista
de lo que supone esta descripción.

Tennessee Williams



El escenario es una vieja estación construida por los Ferrocarriles Unidos de La Habana en 1914. A su alrededor no hay ni siquiera un detalle que no pueda verse en cualquier vieja estación de las tantas que aún persisten a lo largo de toda la Isla. Si se miran desde un aeroplano, las líneas de ferrocarril y los caminos parecerían heridas abiertas en una uniforme combinación de verdes intensos y sol irresistible. Los interminables campos de caña y las aisladas torres de los ingenios azucareros se suceden una y otra vez.

La estación está pintada de gris con las puertas en azul y los frisos en amarillo. En una de las puntas del andén podrá leerse el nombre abreviado del pueblo: Camarones. El edificio tiene la inexplicable forma de un castillo, pero sus merlones y almenas no consiguen disimular la parte más elevada de un techo de zinc a cuatro aguas.

A un lado de la ventana de cuatro hojas de la oficina, que sobresale del resto del edificio, se conserva aún el gancho de la campana con la que se anunciaba la salida de los trenes. La campana desapareció hace mucho tiempo —existe la hipótesis de que fue robada para una iglesia de papier maché que desfiló por las Parrandas de Remedios—, pero su sonido podrá reproducirse cuando se quiera conseguir un ambiente melancólico, imperecedero.

Para los fondos es suficiente con un hermoso cielo de verano. En esta región, aún en lo más gris de noviembre o febrero, siempre es un hecho el sopor de julio y agosto. La estación tiene dos andenes, que al unirse forman lo que en geometría se conoce como un triángulo rectángulo. En un andén, el de la fachada, se detienen los trenes que circulan entre Cienfuegos y Santa Clara. En el otro, sólo los que se internan o salen por el ramal Cumanayagua (el ramal fue demolido a finales de la década del noventa; en las historias donde ya no existe, la línea debe sustituirse por un hierbazal y dos vagones —una plancha y un caboose— que permanecen varados allí).

Las luces exteriores de la Estación son bombillas de cien bujías protegidas por pantallas de metal. Su luz cenital es muy parecida a la de ciertos cuadros de Edward Hopper. En general, la obra del pintor norteamericano puede ayudar mucho en la iluminación. En el Paradero de Camarones, incluso en el mismo punto del mediodía, la luz crea sombras exageradas que siempre se juntan para establecer nuevas penumbras. 

El interior de la estación está pintado de blanco, azul cobalto y de un amarillo parecido al del heno. De las paredes cuelgan itinerarios y avisos. En la oficina hay un viejo reloj de inmensos números romanos, un boletinero, una caja fuerte, teléfonos de manigueta, faroles, arcos de vías y banderolas verdes, blancas y rojas. En el salón de espera hay dos bancos inmensos, uno frente al otro, de manera que todos los que se sientan en ellos están obligados a mirarse a los ojos o a bajar la vista. En el cuarto de expreso hay dos carretillas (una grande y una pequeña), una romana, muebles, latas de películas y bultos que pueden ser despachados en el próximo tren.

La casa de vivienda no se ha pintado hace mucho tiempo y eso debe notarse. Todas las habitaciones fueron blancas con una cenefa azul oscuro de poco más de medio metro, pero sobre ellas hay ahora una manto de humo que han aportado el bagacillo de las cañas quemadas y el polvo que le sacan a las piedras los trenes que pasan.

El techo por dentro es de un tabloncillo muy cuidado, pero colmado de telarañas. Es obvio que su altura no permite que se desholline con regularidad. En muchas paredes hay apuntes hechos a lápiz, por lo regular medidas de corte y costura que no pertenecen a ninguno de los que habitan la casa ahora (los hizo la señora Morales, esposa del anterior jefe de Estación). Si se requieren las medidas exactas de algún personaje, puede que esté en las paredes de una de las habitaciones.

La humedad de las filtraciones y las goteras ha provocado grandes manchas y descascarados en las paredes, sobre todo en el último cuarto, en la cocina y en el pasillo que une las dos mitades de la casa. Cada habitación tiene una altísima ventana de dos hojas y dos postigos. Las ventanas podrían desvanecerse antes de llegar al techo, permitiendo que la sombra de los trenes que pasan se proyecte en él, lo cual simularía el efecto de un cinematógrafo.

Una magnífica balaustrada protege el interior de la casa, por lo que las ventanas siempre permanecen abiertas al andén. Cuando los personajes aparezcan por las puertas y las ventanas, como maniquíes o figuras rígidas, inanimadas, el espectador debe parecer un voyerista que se entromete en lo privado de esos seres.

Los muebles no se diferencian en gran cosa de los de cualquier casa cubana de los años cincuenta (en casi todas han permanecido los mismos desde entonces), los adornos tampoco (un Buda de falsa porcelana, un elefante de espaldas a la puerta de la calle, una pareja de cisnes colgando de la pared, figuritas de biscuit, un Sagrado Corazón de Jesús y retratos de la familia en bodas y cumpleaños).

Salvo un piano vertical color bambú (que ahora yace desafinado y deshecho por el comején), la mesa, las sillas, el gabinete, el aparador, las mesitas de noche, las coquetas, los sillones, el sofá y los butacones son de un humilde eclecticismo y a duras penas han logrado resistir el peso de tantos años. En la cocina la luz es muy poca debido a que su ventana es mucho más pequeña que las otras.

Sólo hace falta llamar la atención sobre la enorme campana de la chimenea y sobre un viejísimo radio Westinghouse que hay encima de una mesa sin pintar. Todas las luces del interior son incandescentes y de mucha más intensidad que las requeridas por las dimensiones de los espacios. Si se mira desde lejos, la Estación puede parecerse a la casa excesivamente iluminada por dentro que Edvard Munch puso al final de su cuadro Stormen.

Las luces tienen unas pantallas nacaradas que son originales de la casa, salvo en la sala, donde hay una vieja lámpara de cobre que cuelga de lo más alto del techo y se mece cuando el aire sopla con demasiada insistencia. En cada una de ellas, cuando están encendidas, permanecen revoloteando mariposas nocturnas y toda clase de insectos.
tomado del Fogonero.

El Paradero de Camarones debe dar la impresión de estar muerto, deshabitado y conviene que los personajes permanezcan inmóviles, sin mirar a ninguna parte, el mayor tiempo posible. Dos carreteras y cuatro callejones dividen caprichosamente su geografía, sin permitir que una de sus porciones se asemeje a la otra. Dos tiendas, un bar, una barbería, un cuartel, escuela, una farmacia y un cine es todo el espacio que tienen para moverse los personajes cuando no están en sus casas o dentro de un cañaveral.

Si con estos apuntes no se consigue reconstruir el lugar, con un hermoso cielo de verano es más que suficiente. Tampoco debería desdeñarse el sonido de la campana. Lo demás puede resolverse con el ruido de los trenes y sus abruptos pitazos que taladran al silencio de pronto, ahogando cualquier voz o cualquier canción.

Hay Luna llena siempre.